sábado, julio 22, 2017

Intimidad, de Hanif Kureishi


Ésta, pues, puede ser nuestra última tarde como una familia honesta, completa e ideal, mi última noche con una mujer a la que conozco desde hace diez años, una mujer sobre la que lo sé prácticamente todo y junto a la que no quiero seguir más tiempo. Dentro de poco seremos como extraños. No, nunca seremos eso. Herir a alguien es un acto de involuntaria intimidad. Seremos conocidos peligrosos con una historia en común.

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He estado intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene por qué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad…, a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo.

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Hace semanas que no follamos. He dejado de acercarme a Susan con esa intención para comprobar si, por casualidad, me desea. He estado esperando cualquier mínima muestra de interés, por no hablar de lujuria o desenfreno. Soy un perro echado debajo de una mesa que espera que le den una galleta. No simples migajas.

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Pero me he dado cuenta de que una de las virtudes que requiere el ser padre es saber aceptar que nuestros hijos nos detesten. A veces yo odiaba a mi padre. Le gritaba, incluso cuando volvió del hospital después de una operación a corazón abierto. Le ponía laxante en los cereales para que tuviera cagarrinas en el tren. Y a veces odio a mis hijos, igual que ellos deben de odiarme a mí. No dejas de querer a alguien sólo porque lo detestes.


[Anagrama. Traducción de Mauricio Bach]