lunes, julio 10, 2017

Chicas muertas, de Nancy Lee


Ya no recuerdo por qué razón compré este libro, hace bastante tiempo. Probablemente por alguna recomendación de Rodrigo Fresán. El otro día topé con él mientras rebuscaba en mi biblioteca y decidí leerlo y contiene relatos excepcionales, que casi nadie conoce porque hemos llegado a un punto en el que todo dios consume lo mismo… La escritora canadiense Nancy Lee reúne aquí ocho cuentos en los que indaga en las relaciones entre personas, a menudo sin fijar los límites entre lo cotidiano y lo perverso, de tal manera que sus personajes bordean a menudo el incesto, la atracción por lo prohibido y el morbo de lo que puede arrojar culpas sobre la conciencia. Hay un hilo conductor muy sutil, que se menciona en cada uno de los cuentos: la policía ha encontrado numerosos cadáveres de prostitutas en el jardín de un antiguo dentista. En cada historia sabremos un poco más de ese hallazgo macabro. Esta información hace que siempre penda una sombra inquietante sobre lo que la autora nos va contando. Uno de los relatos más celebrados (en el extranjero) es "Sally en partes"; ojalá más lectores busquen ejemplares de este libro y comprueben que es un gran descubrimiento. Unos fragmentos:

Ese chico tiene más conciencia social de lo que tú puedes soportar. Sus cartas de amor son diatribas, lecciones de historia global. Te corteja con la sangre de los disturbios políticos, con los testimonios de refugiados destrozados. La devoción se disfraza del dolor de unos desconocidos, algo codificado y oculto en recortes de periódico, en comunicados de agencias de noticias. Cuando se acuerda de mencionar la curva de tu espalda, el olor de tu piel, las palabras son pocas y preciosas, granos de arroz, gotas de agua potable.

[Del relato "Associated Press"]

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Sally sólo tiene un pecho. Después de que le encontraran un bulto del tamaño de un guisante entre el pecho y la axila derechos, hace cuatro años, se deshizo en partes, lumpectomía, linfectomía, mastectomía, todo su lado derecho se derrumbó, se rindió. Se convirtió en experta en curar cicatrices, sujetándolas con cuidado con vendas quirúrgicas, frotando la piel roja y tirante con lociones y aceites. Se compró sujetadores especiales, modelos severos y prácticos con bolsas secretas que podían rellenarse con formas de silicona cara o gel. Sujetadores que trataban de hacer valer sus pechos como dos.

[Del relato "Sally en partes"]

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Eres adicta a las noticias de la televisión. Las conjeturas, las bolsas de cadáveres, las fotos de instituto llenas de esperanza; chicas muertas, en todas partes. La policía ha detenido a un hombre en un barrio de tu ciudad: un dentista jubilado, un pequeño bungalow con un gran jardín trasero. Una fosa común descubierta por una perra llamada Queenie, que corrió tras una pelota de tenis por la nieve y llevó a su amo una escápula marronácea. El primero de un número indeterminado de esqueletos femeninos. Junto al patio, detrás de la mesa de picnic, un césped bien cortado, un hombre de hablar suave. Hasta la fecha las víctimas son todas prostitutas, cuerpos de alquiler, chicas de usar y tirar.

[Del relato "Chicas muertas"]

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Se acostumbró a dormir en el suelo de la tienda, al calor seco de la estufa. Adele a veces salía, envuelta en una manta, y le pedía que durmiera con ella en el colchón, para darle calor. Él la cogía en brazos y la llevaba de nuevo a la cama, la arropaba y se quedaba con ella hasta que se quedaba dormida. Cuanto más alejado se mantenía de ella, más la deseaba. Su deseo aumentaba hasta volverse insoportable por las mañanas, y se masturbaba imaginándosela. Sueños de Adele sola. Tenía cuidado de no incluirse en ellos. Ni siquiera en sus fantasías se sentía con el valor suficiente para tocarla. Ella era aire, él barro.

[Del relato "Rollie y Adele"]


[Circe Ediciones. Traducción de Aurora Echevarría]