jueves, mayo 18, 2017

Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut


Mira, Sam, si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan.
¿Y qué dicen los pájaros? Lo único que se puede decir sobre una matanza; algo así como "¿Pío-pío-pi?"
Les he enseñado a mis hijos que jamás tomen parte en matanza alguna bajo ningún pretexto, y que las noticias sobre el exterminio y la derrota de sus enemigos no deben producirles ni satisfacción ni alegría.
También les he inculcado que no deben trabajar en empresas que fabriquen máquinas de matar, y que deben expresar su desprecio por la gente que las cree necesarias.

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La anciana casi no tenía voz, de manera que Billy tuvo que pegar su oreja derecha a los apergaminados labios para oírla. Evidentemente tenía algo muy importante que decir.
-¿Cómo…? –empezó. Y calló. Estaba demasiado cansada. Esperaba no tener que terminar la frase, confiaba en que Billy lo haría por ella.
Pero Billy no tenía ni idea de lo que quería decir.
-¿Cómo… qué, madre? –preguntó.
Ella tragó saliva con dificultad, e incluso derramó alguna lágrima. Después reunió toda la energía que quedaba en su decrépito cuerpo, incluida la de las puntas de los dedos de los pies, y al fin pudo acumular la suficiente para murmurar la frase completa.
-¿Cómo me he vuelto tan vieja?

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Aun cuando no se movieran, los vagones del tren de Billy estaban completamente cerrados. Nadie podía salir de ellos hasta llegar al final de su destino. Para los guardas que paseaban arriba y abajo, cada vagón se había convertido en un organismo único que comía, bebía y evacuaba a través de los respiraderos. Incluso hablaba y, a veces, gritaba a través de los mismos. Por ellos entraban agua, rebanadas de pan moreno, salchichas y queso, y salían mierda, orina y vocerío.
Los seres humanos que allí había hacían sus funciones evacuadoras en cascos de acero que luego pasaban a los que estaban en los ventiladores para que los vaciaran. Billy era un vaciador. Aquellos seres humanos se pasaban también las cantimploras llenas de agua que les entregaban los guardas. Y cuando les llegaba la comida, aquellos seres humanos se tranquilizaban tanto que una maravillosa ola de confianza los invadía a todos. Y la compartían.

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El pelotón caminó dando rodeos, gasta dirigirse definitivamente hacia la verja del matadero de Dresde. Una vez dentro se dieron cuenta de que allí no había movimiento. La razón era que la mayoría de animales con pezuñas de Alemania habían sido ya muertos, comidos y excretados por seres humanos, en especial soldados. Así era.
Los americanos fueron conducidos al quinto edificio del matadero. Era un bloque de cemento de un solo piso, con puertas corredizas en las partes delantera y trasera, que fue construido para alojar a los animales que iban a ser sacrificados. Ahora serviría como vivienda a un centenar de prisioneros de guerra americanos sin hogar. Estaba provisto de literas, un lavadero y dos estufas. Detrás había una letrina formada a base de un tablón agujereado y varios cubos debajo.
Sobre la puerta del edificio había un número inmenso. Era el número cinco. Antes de que los americanos entraran, el único guarda que hablaba inglés les recomendó que se acordaran de su nueva dirección para el caso de que se perdieran en la gran ciudad. La dirección era: "Schlachthof-fünf". Schlachthof significa matadero. Fün, el viejo y querido número cinco.


[Anagrama. Traducción de Margarita García de Miró]