martes, marzo 21, 2017

Cada día es del ladrón, de Teju Cole


La plenitud del niño es la cosa más frágil y poderosa del mundo. La confianza de un niño es la cosa más maravillosa del mundo.

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En el medio extraño, familiar de esta ciudad el aire está poblado de historias y eso me lleva a pensar en la vida como tejido de relatos. De todos lados vuelan hacia mí narraciones. Todos los que entran en esta casa, cada extraño con quien trabo conversación, tienen una historia fascinante que ofrecer. Los detalles que tan cautivadores encuentro en Gabriel García Márquez están aquí, esperando a su ángel consignador. La gente se sincera en cuanto les sonsacas un poquito. Y esa urdimbre literaria, de vidas plenas de narrativa impredecible, es lo fascinante.

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El lugar ejerce en mí una atracción elemental. Hay un sinfín de cosas fascinantes. La gente habla todo el tiempo e invoca un sentido de la realidad que no es idéntico al mío. Tienen soluciones fantásticas para ciertos problemas desagradables: en esto veo una nobleza de espíritu muy rara en el mundo. Pero también abunda el dolor, no sólo dramático, sino el del desgaste que entrañan las dificultades económicas, que degradan a las personas y se ensañan con sus debilidades hasta que muchos hacen cosas que ellos mismos detestan, hasta reducirlos a sombras de lo que un día fueron. Antes el único problema solían ser los que mandaban. Pero ahora, cuando salgo a la calle, es probable que el opresor sea tu conciudadano, alguien cuya moral han erosionado años de sufrimiento y vida al borde de la desesperación. Aquí prolifera la venalidad, y lo más desgarrador es la atmósfera de derrota, de impotencia. Decido que me gusta demasiado mi tranquilidad como para tontear con problemas ajenos. No volveré a vivir en Lagos.

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Todo el que vive lejos de su hogar tiene algo a lo que aferrarse.

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Un claro ejemplo de la desconexión de Nigeria con la realidad son las tres cosas por las que ha destacado últimamente en la prensa mundial. Nigeria fue declarado el país más religioso del mundo, se dijo que los nigerianos son el pueblo más feliz del planeta y, en el informe de Transparencia Internacional de 2005, el país quedó sexto desde abajo entre ciento cincuenta y ocho según el índice de percepción de la corrupción. Religión, corrupción, felicidad. ¿Por qué, si la sociedad es tan religiosa, se preocupa tan poco por la ética y los derechos humanos? ¿Por qué, si es tan feliz, tanto cansancio y sufrimiento reprimido?


[Acantilado. Traducción de Marcelo Cohen]