martes, mayo 31, 2016

En Playtime: Eula Biss


Inmunidad: aquí.

Próximamente: Mi vida en rojo Kubrick


De Simon Roy. En Alpha Decay.

Cartel de Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words


Inmunidad, de Eula Biss


La reseña de este ensayo tendría que haber salido hace meses en El Cuaderno Cultural. Como no sé si acabarán sacándola o no, y me figuro que a estas alturas no lo harán, la he publicado en Playtime / El Plural (el enlace lo pondré en otro post). Aquí van unos extractos del libro:

Las enfermedades contagiosas son uno de los principales mecanismos de la inmunidad natural. Tanto si estamos sanos como si estamos enfermos, las enfermedades siempre andan circulando por nuestros cuerpos. Tal y como lo plantea un biólogo, "Puede que siempre tengamos enfermedades, aunque no siempre estemos enfermos". Solo cuando la enfermedad se manifiesta bajo la forma de una dolencia la vemos como algo antinatural, en el sentido de concebirla como si fuese "contraria al curso ordinario de la naturaleza".

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Los bebés nacen con algunos de los anticuerpos de sus madres circulando por su sistema inmunitario y la leche materna les proporciona más anticuerpos, pero esta "inmunidad pasiva" va desapareciendo según crecen, sin importar cuánto tiempo se alargue el periodo de lactancia. Las vacunas sirven para que el sistema inmunitario del bebé aprenda, haciéndole capaz de recordar patógenos con los que todavía no ha tenido trato. Con vacunas o sin ellas, los primeros años de vida de un niño son un curso acelerado de inmunidad: las narices llenas de mocos y las fiebres tan propias de esos años son los síntomas de un sistema inmunitario que está aprendiendo a leer el léxico microbiano.

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Los vampiros formaban parte del ambiente cultural del momento, pero yo como madre me obsesioné con ellos en buena medida porque me ofrecían una manera de considerar algo diferente: el vampiro encarnaba una metáfora del bebé o de mí misma. Mi hijo dormía durante el día y se despertaba por la noche para alimentarse de mí, y a veces me hacía sangrar con sus mandíbulas desdentadas. Cada día que pasaba, él tenía más energía mientras que yo seguía débil y pálida. Sin embargo, la sangre que me mantenía viva tampoco era mía.

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Una vez que tienes la varicela, el virus nunca se elimina de tu organismo. Se aloja en tus raíces nerviosas y es tu sistema inmunitario el que lo mantiene a raya durante el resto de tu vida. En épocas de estrés, puede volver a aparecer en forma de herpes, una dolorosa inflamación de los nervios.


[Editorial Dioptrías. Traducción de Lucía Ponce de los Reyes]

Diary of a Chambermaid: 2 carteles



domingo, mayo 29, 2016

El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cărtărescu


Hace un mes asistimos a la presentación de este libro en la Librería Alberti, con la presencia del mismísimo Mircea Cărtărescu. Llegamos cuando el acto estaba empezando y tuvimos que marcharnos unos minutos antes de que terminara. Si llegas el último o el penúltimo en un evento de estas características, con la librería petada, como fue mi caso, debes conformarte con el último hueco: me situé en una escalera, detrás de unos barrotes y de las piernas (los que estaban de pie) y de las cabezas (los que se sentaron en el suelo) de unos cuantos asistentes. A veces, dependiendo de lo mucho o poco que se movieran esas personas, veía la cara afable de Cărtărescu; a veces sólo escuchaba las voces, y para mí la presentación tuvo algo de nebulosa, de sueño entrevisto. En aquellos días estaba leyendo El ojo castaño de nuestro amor, que es una maravilla, y señalé tantos pasajes para copiar que las semanas han ido pasando sin que las anotara en mi documento de Word. Y así ha pasado un mes.

Hablo aquí de ese acto porque me sorprendió la recepción que tuvo el autor, con la librería llena y bastante eco en las redes y en los medios. Ya no es muy habitual que un gran escritor atraiga a las masas, y menos si es rumano y no entra en la categoría de best-seller, aunque Cărtărescu parece haber encontrado un público fijo, adepto a sus extraños libros. Y hablo de ese acto aquí porque la conversación de Cărtărescu se corresponde totalmente con lo que escribe, con lo que nos llega en esta especie de compilación de ensayos y narraciones dispersas: la voz sugerente y educada de un hombre curtido y con mucha experiencia, con muchas lecturas en la mochila, que no renuncia al toque onírico, al toque mágico que encuentra en la vida cuando la traslada a la literatura… una voz amable que va calando poco a poco en el oyente, como cala su prosa en el lector.

Si no he contado mal, El ojo castaño… reúne unos 20 textos en los que, ya lo apunté más arriba, caben el ensayo y la narrativa, la memoria y la historia. Cărtărescu escribe sobre los jóvenes poetas, sobre lo difícil que es ser un escritor rumano, sobre Bucarest y sobre Ovidio, sobre libros y cuentos de infancia (que no sabemos si se los ha inventado o si en verdad los leyó de niño), sobre el Nescafé al que se hizo adicto durante el servicio militar, sobre su hermano muerto, sobre su vida a finales de los 80 y principios de los 90 (cuando no había salido al extranjero y pensaba que viviría atrapado para siempre en su tierra)… Es un libro que, una vez concluida su lectura, uno sabe que es el espejo en el que se mira Cărtărescu, el modo de decirnos: "Éste soy yo, así fueron mis vivencias y éstas son mis lecturas, y lo que soy ahora es lo que leí y lo que cuanto he visto y sufrido y he imaginado". Aquí van unos extractos:

En el suelo, sobre periódicos arrugados llenos de fotos de mujeres desnudas, se sucedían destornilladores torcidos, libros desencuadernados, gatos legañosos recién nacidos, perfumes falsos, muñecas con las piernas arrancadas, recambios de bolígrafos vacíos, discos de música popular, ropa mugrienta y descosida, cubiertos con los que no comerías por nada de este mundo, enchufes, linternas, alambres, clavos, fotos viejas, iconos devorados por la polilla, piezas mecánicas imposibles de reconocer y un millón de cosas más. Lo vendían tipos sin afeitar, mujeres gordas con pañuelo, gitanos, niños esqueléticos como los de Biafra.
[Del texto "Los años robados"]

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Los poetas no tienen ya estatuas, como en el siglo XIX, ni reputación, como en el siglo XX. Obsesionadas por las ventas y la rentabilidad, las editoriales huyen de la poesía como alma que lleva el diablo. No se puede imaginar hoy en día un destino más dramático que el del poeta que decida consagrar toda su vida al arte. Los antiguos arruinaban su vida (en muchas ocasiones también la de otros) por la locura de un verso hermoso, pero confiaban al menos en el reconocimiento de las generaciones venideras. Ellos podían creer sinceramente que la belleza –como dijo Dostoievski– es la salvación del mundo, pero hoy ya no sabemos qué es la belleza, ni tampoco el mundo, y no entendemos qué significa "salvar". ¿Qué vas a salvar si vivimos en lo inmanente y lo aleatorio? Sin la perspectiva de conseguir algo a través del arte y, en definitiva, de su profesión, sin la esperanza en la gloria y en la posteridad, el poeta está condenado a la vida asocial y fantasiosa del consumidor de hachís.
[Del texto "El gato muerto de la poesía de hoy"] 

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La modernidad implicaba una civilización centrada en la cultura, una cultura centrada en el arte, un arte centrado en la literatura y una literatura centrada en la poesía. La poesía en la época de Valéry, Ungaretti y T. S. Eliot era el meollo del meollo de nuestro mundo. Ahora, la descentralización posmoderna ha producido una civilización sin cultura, una cultura sin arte, un arte sin literatura y una literatura sin poesía. En cierto modo, los polos de la vida humana se han invertido de manera brusca y las primeras víctimas han sido los poetas.
[Del texto "El gato muerto de la poesía de hoy"] 

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De esa misma manera estoy orgulloso de ser europeo. Ser europeo no significa para mí ser bueno (mejor que otros), sino ser complejo, ser un personaje complicado, lleno de contradicciones, pero capaz de reconocerlas y de conciliarlas. La gran tradición europea ha guiado toda mi vida, al igual que mi rebelión contra ella.
[Del texto "Europa tiene la forma de mi cerebro"]

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Los libros son como las mariposas. Habitualmente tienen las alas plegadas, como cuando las mariposas descansan sobre una hoja y desenrollan su trompa filiforme para sorber el agua de una gota de rocío. Cuando abres un libro, este echa a volar. Y tú con él, como si volaras en el cuello de plumón de una mariposa gigante. Pero el libro no tiene un único par de alas, sino cientos, clara señal de que te puede llevar no solo de flor en flor por este mundo glorioso, sino a centenares de mundos habitados. Algunos guardan gran parecido con el mundo en que vivimos, otros están habitados por seres que solo se muestran en sueños.
[Del texto "El cuarto corazón"]

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En literatura todo el mundo puede esperar hasta el final. Si eres saltador de altura, nadie negará un resultado en cifras exactas. Pero si eres escritor, serás siempre rebatido, más rebatido cuanto mejor seas. Tu hazaña, sorprendente para unos, será ridícula para otros.
[…]
Una cosa es segura: para la literatura, tal y como la entendemos (o no la entendemos) hoy en día, la juventud es la edad de oro. Debe ser "apresada", como decían los latinos, todo lo que se pueda. Nadie te devolverá los años perdidos en la juventud. Ninguna justificación será válida, por muy noble y humana que sea. Has escrito o no has escrito. Has apresado el tiempo o has dejado que se te escurra entre los dedos. Por ello, en cierto modo, no deberían molestarnos los excesos, la arrogancia, la suficiencia, la agresividad de los jóvenes poetas. Son los ardores del arte por los que hemos pasado todos. Grave sería seguir así hasta el final, con la creencia de que de esa manera sigues siendo fiel a ti mismo. En realidad, cada edad tiene su mundo, su decencia, tal vez incluso su arte.
[Del texto "Forever Young…"]


[Impedimenta. Traducción de Marian Ochoa de Eribe]

Free State of Jones: 2º cartel


Deepwater Horizon: 5 carteles






jueves, mayo 26, 2016

Políticas de la Nueva Carne, de Jorge Fernández Gonzalo


Dos extractos de este ensayo sobre la obra de David Cronenberg (y aquí puedes leer el inicio):

Cronenberg, como veremos a lo largo de estas páginas, lleva a cabo una compleja meditación sobre la realidad de la carne y las implicaciones culturales, ontológicas y tecnológicas del cuerpo y la consciencia dentro de nuestras modernas sociedades tardocapitalistas a través de una errática indagación sobre el monstruo y las políticas de la monstruosidad. Tales criaturas de ficción tienen como fin delimitar las fronteras entre lo orgánico y lo inorgánico, para luego entremezclarlas; destensar el hilo que une y separa a un tiempo lo inanimado de lo viviente, lo sexual de lo asexual, lo masculino de lo femenino, para acabar mostrándonos las deliciosas perversidades cronenbergianas: grietas y heridas en los cuerpos, mutaciones y mutilaciones, engendros físicos y psíquicos, delirios tremebundos y abruptas sutilezas visuales que rozan lo excepcional y lo repulsivo; cuerpos, al fin y al cabo, al borde del desgarro, sometidos a constantes reconstrucciones, mezclas, difuminaciones.

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Como ha quedado patente a lo largo de nuestro repaso por la filmografía de David Cronenberg, es fácil trazar un punto de escisión, una confrontación entre una etapa definida por el uso de ciertas estrategias del género fantástico y de terror, hasta dar con un segundo ciclo en el que esas mismas obsesiones de los primeros años se tamizan a través de nuevos registros, en ocasiones mediante adaptaciones literarias que hacen más complejo el itinerario del director, enriqueciéndolo y ramificándolo en diferentes direcciones. Como apuntábamos en un principio, la manera más fidedigna de leer la trayectoria total del cineasta consiste en percibir la segunda muestra de su filmografía como un pliegue que, en su contraste, explica y renueva la intencionalidad de sus primeras muestras, como si en esa ausencia de lo fantástico pudiéramos contemplar más vivamente los intereses y conflictos internos del canadiense.


[Excodra Editorial]

Cartel de Morgan


Les cowboys: 2 carteles



En Playtime: Jorge Fernández Gonzalo



Políticas de la Nueva Carne: aquí.

The Accountant: primer cartel


miércoles, mayo 25, 2016

Palabras para Ashraf


Palabras para Ashraf es una iniciativa del escritor, poeta y paisano Juan Luis Calbarro. Colaboro con un texto muy breve y el libro ya ha salido a la venta, aunque aún no tengo ejemplares. Lo ha publicado Los Papeles de Brighton y a continuación os dejo con los datos de la editorial sobre el libro:

Ashraf Fayad nació en 1980 en Abha (Arabia Saudí) en el seno de una familia de refugiados palestinos procedentes de la Franja de Gaza. Artista plástico y comisario artístico, participó en varias exposiciones internacionales en representación de su país de adopción, entre ellas la Bienal de Venecia (2013). Promovió el arte saudí contemporáneo en varios ámbitos y formó parte de la organización angloárabe ‘Edge of Arabia’. En 2014 colaboró en el volumen colectivo ‘Contemporary Kingdom. The Saudi Art Scene Now’ (edición de Myrna Ayad, Dubai: Canvas Central, 2014). En el ámbito literario, es autor del poemario ‘Al-Ta’limât bil-dâ-khil’ (‘Instrucciones en el interior’; Beirut: Dar al-Farabi, 2008), cuyos versos le acarrearon en 2015 una condena a muerte por apostasía. En 2016 se le conmutó por pena de prisión durante ocho años y 800 latigazos.

Este libro colectivo le está dedicado; con él, los autores quieren contribuir a divulgar su caso y claman contra todas las censuras. Los beneficios obtenidos con su venta se destinarán íntegramente a una organización de defensa de los derechos humanos en Arabia Saudí.
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Participan en el volumen Alfredo Gavín, Ángel Fernández Benéitez, Antonio Gamoneda, Antonio Rigo, Arturo Tendero, Ashraf Fayad, Aurora Luque, Beatriz Becerra, Ben Clark, Carlos Gámez, Carlos Jover, Carlos Martínez Gorriarán, Charo Alonso, David Torres, Eduardo Moga, Estrella Sánchez-Marcos, Ezequías Blanco, Félix de Azúa, Félix Ovejero, Fernando Báez, Fernando Megías, Ignacio González del Rey Rodríguez, Ignacio Martín, Isaac Goldemberg, Isabel Camblor, Jaime Siles, Javier Cánaves, Jesús Ferrero, Jesús Zomeño, Joaquín Leguina, Jordi Doce, Jorge Espina, José Ángel Barrueco, José Antonio Carreño, José Luis Pernas, Juan Antonio González Fuentes, Juan Carlos Mestre, Juande González Moyano, Juan López-Carrillo, Juan Luis Calbarro, Julio Marinas, Kepa Murua, Luis Ingelmo, María Ángeles Pérez López, Marta Agudo, Máximo Hernández, Miguel Ángel Malo, Montserrat Villar, Ponç Pons, Rafael-José Díaz, Rafael Morales Barba, Ramón García Mateos, Regino Mateo, Ricardo Hernández Bravo, Román Piña Valls, Santiago Alfonso López Navia, Santiago Montobbio, Sinesio Domínguez Suria, Teresa Domingo Català, Tomás Sánchez Santiago, Tomás Valladolid Bueno y Vicente Torres.

Cartel de Vintage Tomorrows


Próximamente: Narcisa


De Jonathan Shaw. En Sexto Piso.

Cartel de Carnage Park


Cartel de Misconduct


lunes, mayo 23, 2016

La ciudad de las desapariciones, de Iain Sinclair


El año pasado tuve el privilegio de asistir a la charla-entrevista entre Iain Sinclair y Servando Rocha en La Casa Encendida. El diálogo que sostuvieron ambos fue extraordinario. Unos días antes compré el libro y, como sucede a menudo, fui posponiendo su lectura. Y se me ha juntado con la siguiente publicación de otro libro de Sinclair: a La ciudad de las desapariciones hay que sumar ahora American Smoke. Los dos han sido traducidos por Javier Calvo y publicados por Alpha Decay. Así que me puse a leer La ciudad… para poder ponerme en breve con American

Y me ha deslumbrado, como me dijeron algunos amigos y lectores de confianza. La escritura de Sinclair es algo muy extraño: tanto su estilo como su modo de operar como su prosa. Su prosa es abigarrada, compleja, algunas veces hay que releer la frase para captar todo su sentido. Tiene algo que recuerda a Don DeLillo. Y se notan las influencias de Sinclair: DeLillo, Ballard, Burroughs… Autores a los que cita de vez en cuando, de los que sus ensayos se nutren.

Lo que hace Iain Sinclair es estudiar la ciudad a fondo (en este caso se trata de Londres, eje de muchos de sus libros: La ciudad de las desapariciones es una especie de antología de textos escogidos entre varias obras suyas). Pero no se limita a ser un ratón de biblioteca. También es un hombre que la recorre a pie, a menudo junto a un fotógrafo. Con todos esos materiales (amplia documentación, lectura de mapas, influencias literarias y cinematográficas, paseos exhaustivos por la ciudad) compone unos ensayos que tampoco distan mucho de los que hacía Sebald. Todo cuanto atañe a la ciudad le interesa, le sugestiona. Ya se trate de la antigua moda de los habitantes de los suburbios (obsesionados con perros de ataque y antenas parabólicas que les faciliten los mejores canales de televisión), de la celebración de las Olimpiadas, de la City y su entorno, de su visita a la Cúpula del Milenio o del multitudinario entierro de un mafioso, Sinclair se implica a fondo. Lo suyo es la psicogegrafía y el análisis de las costuras que sostienen el poder y los cambios sustanciales del mapa de su localidad. No sé si alguien ha dicho ya que Iain Sinclair es un genio. Lo es. Aquí van unos extractos (y aquí puedes leer algunas páginas): 

El concepto de "pasear", de deambular sin meta por la ciudad, de hacer de flâneur, había quedado desbancado. Habíamos entrado en la era del acosador; viajes completamente deliberados, de mirada afilada y sin patrocinador. El acosador era nuestro modelo de conducta: caminar con una meta, sin entretenerse y sin curiosear. Sin tiempo para saborear los reflejos de los escaparates, para admirar las rejas estilo Art Nouveau ni las atractivas cajas de cerillas rescatadas de la alcantarilla. Ahora tocaba caminar con una tesis. Con una presa. (Y en cualquier caso, el término "paseante" había quedado desacreditado por culpa de su asociación con George Graham, el ex entrenador del Arsenal. George era un paseante albanés, un dandy pragmático con una noción flexible de la probidad fiscal. El término "paseante" se le aplicaba en el mismo sentido que a un enano lo llaman "torre".) El acosador es un paseante que suda, un paseante que sabe adónde va, pero no cómo ni por qué.

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Las novelas hacen mal de profecías, no obedecen las normas: aquello que es más fraudulento, más "ficticio", es lo que se acaba haciendo realidad. Halagamos la elegancia de nuestra imaginación con nuestra conducta posterior. Adaptamos el futuro para reescribir el pasado.

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Me fascinaban aquellos letreros que había delante de los quioscos de prensa, con sus haikus rotos: CAMBIAN LUGAR DE REPOSO DE DIANA. PIDEN A FAMILIA REAL QUE SE VENDA EL PAÍS. MIEDO A "SEPARACIÓN" DE LAS SPICE GIRLS. LLEGA EJÉRCITO CONTRA LA FIEBRE AFTOSA. Poesía anónima, urgente y ansiosa. Destierro de los artículos definidos y de los indefinidos. Tiempo presente. Ausencia de minúsculas. Era un estilo al que yo aspiraba. La ciudad componiendo su propia leyenda desechable. Realeza, crimen, transporte, clima. A diario. Surrealismo inconsciente de sí mismo. Hasta los tuertos captaban el mensaje. Cargarte con un periódico era una pérdida de tiempo. Aquellos escuetos noticiarios en negro sobre blanco te contaban todo lo que hacía falta saber. Más eficaces que aquellas contradictorias actualizaciones de tráfico y alertas de niebla que centelleaban desde las grúas de caballete de encima de las autopistas.

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Siempre produce una calidez agradable estar totalmente fuera de sitio, ser el único abstemio en un festival irlandés en Ballycastle, el único mozo no ibérico en un encierro de Pamplona que no ha leído a Hemingway; eso te exime de toda responsabilidad. No te hace falta divertirte. No forma parte del contrato comulgar con el espíritu del lugar. No estás obligado a vomitar, cantar, bailar, estrellar tu coche ni divertirte de ninguna otra forma. Y eso resulta muy liberador.

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Para los amantes de los libros, Londres es un libro. Para los criminales, un mapa de oportunidades. Para los inmigrantes sin papeles, es un nido de miradas acechantes; de pistoleros autorizados y listos para volarte la cabeza mientras tú corres para tomar un tren. A medida que la ciudad de espejos deformantes se iba revelando a sí misma a través de sus distritos y discriminaciones, yo iba descubriendo más cosas del pasado de Londres como reformulación de mi propia historia sumergida.

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Estas viejas tabernas marrones son embriones de ficciones londinenses, esperando al ventrílocuo adecuado: Patrick Hamilton, Derek Raymond, T. S. Eliot. Escuchar también es escribir.


[Alpha Decay. Traducción de Javier Calvo]

The Blackout Experiments: 2 carteles



Próximamente: Interestatal


De Stephen Dixon. En Eterna Cadencia.

Banner de Born to Boogie


Cartel de Nine Lives


Tulip Fever: primer cartel


jueves, mayo 19, 2016

Volt, de Alan Heatchock


Unos fragmentos de este contundente libro de relatos, que hoy recomiendo en Playtime / El Plural:

-Tengo algo que proponerte –dijo Ham–. Así que escúchame.
Winslow agarró el cuchillo y miró a Ham.
-Eres el tipo más duro que he conocido en mi vida. Y verás –proyectó un pulgar hacia el corral–, esos chavales de ahí fuera quieren apostar cien pavos a que su chico puede tumbarte de un puñetazo. –Ham golpeó el tarugo con los nudillos–. Conozco a ese muchacho. Es grande como un autobús, pero lo que tiene de grande lo tiene de nenaza –dijo–. ¿Qué me dices, Red? ¿Cuarenta para mí y sesenta para ti?
La sangre brillaba en las manos de Winslow. Se odiaba a sí mismo. Todo esto me lo tengo bien merecido, pensó. Soltó el cuchillo, asintió a Ham.
Winslow siguió a Ham hasta la puerta donde se habían reunido los chicos dando brincos como cachorros. El que le sacaba una cabeza a los demás, ancho como una puerta, arrojó a un lado su chaqueta universitaria verde y dorada e hizo crujir su puño rollizo. Ham situó a Winslow contra la cerca. El chico se plantó ante él.
-Esto va por Harold –le bufó.
Winslow indicó con un gesto que estaba preparado.
Un gancho como un ladrillo atado a una cadena lo lanzó contra la cerca y le hizo rebotar hacia adelante, pero se mantuvo en pie. Exhaló a través de los dientes. Inhaló con calma. La voz de Ham sonó por encima de las maldiciones de los chicos. "Este es mi salvaje. Mi roca".
[Del relato "El mercancías detenido"]

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-¿Alguna vez has sentido que se te va la olla? –dijo Hep–. ¿Cómo si no hubiese una sola persona en el mundo que pudiera entenderte? Creo que estoy loco. De verdad que pienso que tengo que estarlo. –Walt miró a Hep a la cara, inundada de reflejos metálicos–. A veces me gustaría estar en las películas –dijo–. No ser famoso ni nada de eso. Solo estar hecho de luz. Entonces nadie me conocería salvo por lo que viesen en la pantalla. Solo sería luz sobre la gran pantalla, no un hombre, para nada.
A Walt se le empezaron a calentar las orejas.
-Yo un día me largaré –dijo–. Al oeste. Puedes venir conmigo si quieres. –Su voz sonó ansiosa, insegura–. Podemos cuidar el uno del otro.
Walt oyó voces abajo, en la carretera, Lonnie y las chicas les estaban gritando que se diesen prisa. La luz de la luna envolvió a Hep.
-No importa –dijo Hep, las lágrimas se le acumulaban en el ojo partido–. Quedarse o marcharse, es lo mismo. Yo me largué al extranjero a matar chavales que no eran como yo porque odiaban a otros chavales que tampoco eran como ellos. ¿Y qué cambió eso? Mete a un chaval negro en ese bar, o a uno de esos judíos, y ya verás lo que pasa. No me importa lo que diga Lonnie. Quema mil boleras, quema todo el puto mundo si quieres, pero nada va a cambiar.
[Del relato "Fort Apache"]

**

Vernon sintió que de su corazón, agrietado y roto, brotaba una gran oleada de regocijo, porque entendió que era posible vivir sin recuperar a los tuyos.
[Del relato "Los renacidos"]

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Se tocó la mejilla, sus ojos se volvieron hacia la luz de la ventana.
-Te piensas que algunos son malos y punto, balas perdidas o lo que sea, pero en un momento dado fueron el bebé de alguien, mamaron del pezón de una madre, como todo el mundo. Luego algo prendió un voltio en su interior y jamás volvieron a ser los mismos. Te pensarás que a un hombre como Harlan le dará igual lo que piense su madre. Pero yo le rechacé y él jamás se recuperó de eso. –Winnie bajó la mirada y cruzó las piernas, pareció replegarse sobre sí misma. Al momento levantó los ojos, echó los hombros hacia atrás–. ¿Tienes hijos? –le preguntó a Helen.
-No he tenido ocasión.
Winnie asintió.
-Me lo imaginaba –dijo ella–. Nunca fue lo tuyo, lo de los sentimientos, si no recuerdo mal.
Helen la miró sabiendo que lo había dicho para herirla.
[Del relato "Voltio"]       


[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]

Próximamente: Los mejores relatos de Frank Norris


De Frank Norris. En Gatopardo Ediciones.

Trailer de Nerve


The Lovers and the Despot: 2 carteles



En Playtime: Alan Heatchock


Volt: aquí.

Cartel de The Handmaiden


miércoles, mayo 18, 2016

Próximamente: Autobiografía de un búfalo pardo


De Óscar Zeta Acosta. En Dirty Works.

The Birth of a Nation: primer cartel


Cartel de Loving


Tomboy, a Revenger's Tale: primer cartel


lunes, mayo 16, 2016

El viaje a Echo Spring, de Olivia Laing


Este ensayo ya me interesaba antes de que se publicara en España porque su autora, Olivia Laing, se propuso analizar los vínculos entre el alcohol y la literatura fijándose en la obra y en la vida de seis grandes autores: F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Berryman, John Cheever y Raymond Carver (aunque yo no conocía a Berryman y he buscado y no encuentro rastro de traducción alguna de sus poemas en España, y pese a ello su historia es una de las más sórdidas del libro pues el poeta tenía tendencia a la autodestrucción). Laing voló a Estados Unidos y estableció una ruta por el mapa norteamericano que unía algunos de los puntos por donde estos escritores y dramaturgos se habían movido, por sitios donde malvivieron y crearon. El título lo explica al principio:

Había una frase de La gata [sobre el tejado de zinc] en particular que se me quedó grabada. Brick, el borracho, es convocado por su padre. Big Daddy le suelta un discurso y al cabo de un rato Brick necesita su muleta. "¿Adónde vas?" pregunta Big Daddy, y Brick contesta: "Voy a hacer un pequeño viaje a Echo Spring". Físicamente, Echo Spring es el nombre en clave para el mueble bar, sacado de la marca de bourbon que contiene. Simbólicamente, sin embargo, se refiere a algo totalmente diferente: quizás al estado de silencio o a la erradicación de pensamientos conflictivos que, al menos temporalmente, se consigue con la cantidad suficiente de bebida.

Olivia Laing, además, y como hizo por ejemplo Helen Macdonald en H de halcón, nos cuenta cómo viaja, a quién conoce, lo que lee y lo que siente, de tal manera que no estamos sólo ante un libro de no ficción, sino que también hay vetas autobiográficas, algo que ya he dicho que a mí me apasiona. Muy recomendable para cualquier fan de la obra de uno o de varios de los autores a los que Laing menciona. Dos extractos:

La palabra viaje también parecía importante. Muchos alcohólicos, entre ellos los escritores que me interesaban, han sido viajeros incansables y han recorrido a lo largo y ancho sus propias naciones como espíritus inquietos, e incluso otros países del mundo. Igual que a Cheever, me parecía posible trazar el curso de algunas de estas desasosegadas vidas mediante un viaje físico por Estados Unidos.

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Cada uno de esos lugares había sido una estación de paso o escala en el que se había desarrollado alguna de las sucesivas fases de la adicción al alcohol de los protagonistas. Viajando en orden por esos lugares, pensé, sería posible construir una especie de mapa topográfico del alcoholismo, dibujando su contorno desde los placeres de la embriaguez hasta la extenuante crueldad del proceso de desintoxicación. A medida que viajase por el país, moviéndome entre libros y vidas, tenía la esperanza de acercarme a comprender lo que significa la adicción al alcohol o, al menos, a descubrir qué había significado el alcohol para los que habían luchado contra él y a los que, en algunos casos, había destruido.


[Ático de los Libros. Traducción de Núria de la Rosa]

The Neon Demon: nuevo cartel


The BFG: 2º cartel


Cartel de Andron


viernes, mayo 13, 2016

Inocentes y otras, de Dana Spiotta


Varios extractos (la novela la comento en Playtime / El Plural):

En lugar de hacer películas, yo vivía con mi enorme novio. Respiraba cinematografía, la ingería, la interiorizaba. Pasaba los días imaginando las películas que quería hacer y las noches amando a mi novio.

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He dicho que esto era una historia de amor, y de hecho empieza así: con mi amor por el cine, tan puro como cualquier otro que haya conocido. Hacer cine, ver cine, pensar en cine. Me convierto en una máquina de cine, en una creadora monocular. Es como si durante toda la vida hubiera sido una goma elástica tensa que alguien estiraba hacia atrás, alejándome cada vez más de la vida que deseaba, pero en cuanto me han soltado he salido disparada. Ya no me dedico a desear, sino a hacer. ¿Y qué es lo que hago? Rodar películas que me emocionan y me satisfacen, y que ocasionalmente me frustran; y durante mucho tiempo eso me parece suficiente.

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¿Era justo, correcto o una buena idea contar con –o siquiera considerar– que el espectador dispondría de un recuerdo concreto? Aunque ¿no era lo que hacían todas las películas, contar con el recuerdo compartido de todo lo que habíamos visto en otras películas?

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Cuanto más tiempo pasabas observando a una persona o una cosa que conocías, más extraña se volvía.

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Cuando vio Barry Lyndon con diecisiete años le pareció un horror. Con diecinueve, en cambio, le pareció preciosa. Es lo que pasa con las películas. No son ellas las que cambian, sino tú. La inmutabilidad de una película (o de un libro, o de una pieza musical) es algo con lo que uno puede medir su evolución. Es uno de los efectos que tienen las grandes obras de arte: aguardan a que regreses a ellas y te muestran quién eres, cada vez alguien ligeramente distinto. Cuando se trata de tu propia película, en cambio, la obra no es inmutable. Sientes que forma parte de ti, y por tanto, que cambia contigo. La filmación, la edición, la proyección… Todo te parece distinto.

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Las cosas existen, pero filmarlas, el acto en sí, las transforma.

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En cualquier caso, no se podía hablar sin imaginar. Y si la imaginación precedía a la realidad, la decepción era inevitable, ¿no?

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Una película es una idea sobre el mundo. Meadow lo veía así, pero también sabía que, aunque la gente sepa cosas, las imágenes invalidan ese conocimiento. En ese sentido, la verdad del cine es engañosa; puede decir una cosa y, al mismo tiempo, mostrar algo totalmente distinto. Y, como espectador, puedes estar seguro de que te creerás lo que hayas visto.

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Durante toda su vida, a Jelly le había encantado la oscuridad de los cines, la había necesitado. Las sombras de la pantalla le permitían olvidarse de que tenía un cuerpo, olvidarse de que estaba en un lugar concreto.

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No hay nada como una enfermedad mortal para sentir que te has curado de todo lo demás.

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Durante los tráilers, Carrie sintió la oleada de emoción que solía invadirla siempre que estaba en un cine a oscuras, contemplando la gran pantalla. Sin pausas, sin mirar el móvil. En realidad, era muy distinto a estar en casa, amodorrándose en el sofá; estar en una sala de cine con otras personas, prestando toda su atención a la película. Era casi religioso, y a veces se le olvidaba lo mucho que le gustaba.

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¿Puede una imagen transmitir algo innombrable, imposible, invisible? ¿Qué es una imagen si no está modulada por una conciencia, por una percepción? Algo más discreto, más simple: una persona con un rostro franco –cualquier persona, cualquier rostro–, sentada a solas. ¿Hasta dónde podía llegar la sencillez, la humildad de una imagen?


[Turner Libros. Traducción de Carles Andreu] 

Trailer de The Accountant


Cartel de Hell or High Water


En Playtime: Dana Spiotta


Inocentes y otras: aquí.