jueves, julio 23, 2015

Los últimos días de Roger Lobus, de Óscar Gual


Todos alojamos una bomba en el interior de nuestro cuerpo. No siempre el mismo tipo de bomba, algunas son sofisticados y silenciosos artilugios mientras que otras no son más que unos cuantos cartuchos húmedos con las mechas enroscadas. Las hay que detonan por control remoto y las hay que solo reaccionan en presencia de cierto factor externo. También las hay que incorporan cronómetro, desde un reloj atómico a un despertador barato. Existe un amplio catálogo de estas bombas huésped, aunque no podamos escoger el modelo. Se trata de bombas de un solo uso.
Además de por su forma de detonar, también se clasifican en base a su carga explosiva. Hay cuerpos cuyas bombas son letales, acaban con ellos de un devastador estallido, y hay otros cuerpos a los que la explosión deja tan maltrechos que, pese a seguir a duras penas activos, jamás se reponen del impacto y empiezan a degradarse con el tiempo hasta detenerse. También hay cuerpos cuyas bombas actúan con sutileza, al explotar liberan un veneno que corrompe el organismo anfitrión y para cuando el dueño de ese organismo se percata, ya no hay ni rastro de la bomba, solo la podredumbre consecuente.

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Las células cancerosas son versiones pervertidas y voraces de tus células normales que adquieren el impulso autónomo de proliferar sin control hasta que acaban apoderándose y convirtiéndote poco a poco en otro; y esa mutación es la causante del miedo. Porque esas células insaciables lo devoran todo, consumen tu identidad. Es la muerte pura de la carne, un gradual y pornográfico sometimiento que va matando partes de tu cuerpo por separado. Y es un proceso complejo para quien alberga la muerte dentro, para quien siente calor al arder la mecha de su bomba huésped.

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Aparte de la quimio le mandaban deberes para casa, carretillas de medicamentos. Algunos no eran más que placebo para evitar que el paciente se desmoralice al encontrarse sin tratamiento entre sesiones y otros eran para cada síntoma en particular. Si la quimio le baja la tensión, tome la pastilla A. si la insuficiencia respiratoria le acelera el corazón y corre riesgo de arritmia, póngase una B bajo la lengua. Si el vitamínico C le provoca estreñimiento, empiece a tomar D con regularidad. Pero entonces, ya que tanto el expectorante E como el broncodilatador F que toma para incrementar la ventilación y prevenir la disnea son a su vez vasodilatadores, tome G y/o H para no perder demasiado líquido. Tome I para los dolores de espalda. Tome J para cuando los dolores de espalda se vuelvan más fuertes. Suba de escalón a K para cuando los dolores de espalda sean intolerables. Tome L combinado con M cuando I, J y K ya no surtan efecto. Y así hasta Z. Prueba a proteger un castillo de naipes de un vendaval.


[Aristas Martínez]