jueves, mayo 21, 2015

El buitre, de Gil Scott-Heron


Antes de mi reseña en Playtime, aquí van unos fragmentos de esta novela (que cuenta con un prólogo de nuestro compañero Daniel Bernabé):

En nuestra zona, el distrito de Chelsea, tenemos fama de hacer fiestas salvajes. Cuando tenía quince o dieciséis, había una banda por cada manzana, y una chavala por cada pandillero. Las peleas entre bandas eran corrientes y sangrientas, pero pocas veces mortales. Era una oportunidad perfecta de salir por ahí y pelearse a cadenazos sin arriesgarse demasiado a ser el protagonista de un funeral el domingo. Pero resultó ser una moda pasajera. A medida que los miembros de las bandas fueron creciendo, el territorio y las mujeres se fueron convirtiendo cada vez más en una seña de identidad y orgullo. Era algo a lo que poder aferrarse.

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Era una ley no escrita. Cuando un hombre le pone precio a la cabeza de otro, se la está buscando con toda una comunidad, esos van a ser en adelante sus enemigos. A mí me habían pillado poniéndole precio a la cabeza de Isidro, y ahora estaba probando de mi propia medicina. Había cazarrecompensas buscándome. La recompensa era el aplauso de la comunidad latina. El principal elemento a mi favor era la falta de pruebas.

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-Un disturbio es la dramatización violenta de la desesperación que vive el pueblo negro en los Estados Unidos –dije yo–. Llega un momento en el que no se puede aguantar más. Después de llevarse tantos palos en sentido literal y figurado, llega un momento en que a uno no le importa lo que le pueda pasar. Pensad en un grupo de hermanos parados en una esquina. Delante de la tienda del hombre blanco. Llevándose las manos a los bolsillos vacíos. Antes de que te des cuenta, están cogiendo lo que quieren ellos solos.
-Lo que suele pasar es que todo el mundo va ciego –dijo un hermano– y se ponen a reventarlo todo.
-La embriaguez es la ruina de la razón. Es una vejez prematura. Una muerte temporal –citó I. Q.
-No es necesariamente porque la gente esté borracha –dije–. Para mí el ingrediente principal no es el alcohol, sino la frustración. Si combinas la frustración con la oportunidad, tienes una situación emocional explosiva. Los negros están hartos de que los expriman y se aprovechen de ellos. También de que los infravaloren. Lo único que hace falta es una chispa que prenda la mecha.
-Solo los que se complacen en la esclavitud son verdaderos esclavos –volvió a citar I. Q.
-Dentro de las comunidades que explotaron el verano pasado y que pueden volver a explotar en cualquier momento hay mucha infelicidad. Lo que quizá haga el alcohol es apaciguar las cosas un tiempo. Yo no me creo que los amotinados estuvieran borrachos. Eran hombres a los que se les había negado el derecho a ser hombres, a los que llevaban tratando como salvajes trescientos años, y que de repente vieron claro que nadie podía impedirles coger lo que quisieran. Era gente que ya había visto que la ley solo funciona en beneficio del hombre blanco.

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La gente siempre está con el cuento de que se recoge de lo que se ha sembrado en forma de amigos, y los coleccionan como si fueran cupones de descuento del supermercado pensando en el día en que les llegue la hora. Sin embargo, la realidad es que no se puede confiar en los amigos como en uno mismo. En esta vida, estás completamente solo desde el momento en que te sacan del vientre de tu madre empapado y chillando. Y no estás menos solo cuando empieza a caer la tierra encima de la caja que contiene lo que una vez fuiste. Tus amigos no van a estar ahí dentro contigo. Te podrán recordar una semana o así, tu nombre podrá aparecer en la conversación de vez en cuando, tu mujer podrá vestirse de luto, pero al cabo de un tiempo todo el mundo se va a olvidar de ti, los vecinos van a dejar de cotillear para ver qué hace tu mujer y ella va a empezar a acostarse con otro. El mismo hueco que llenabas con amigos lo cubrirá la tierra y desaparecerá a medida que la hierba tapa tu lápida y tu epitafio.

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Era impresionante todo lo que se podía aprender sobre la vida que llevaba la gente y sobre la realidad cotidiana de la que trataban de escapar viéndola. La televisión era la corriente que encendía a Estados Unidos porque el país entero estaba estrangulado por la rutina, los horarios cuadriculados y el anonimato que conlleva el no ser más que una cifra y vivir como un autómata programado para existir y nada más.  


[Hoja de Lata. Traducción de Antonio Vallejo Andújar]