martes, diciembre 23, 2014

Angustia: algunos fragmentos


Angustia, Editorial Origami: aquí.

Cuando nos adentramos en el cementerio de Grinzing, una localidad próxima a Viena, en busca de la tumba que cobija los restos mortales del escritor Thomas Bernhard, iba pensando en su vida y en sus obras, obsesionado con encontrar su lápida, e iba discurriendo sobre mi madre enferma y el hijo que M. y yo queríamos gestar, y por tanto me obsesionaban más que nunca la salud y la enfermedad, la vida y la muerte: estos asuntos me angustiaron allá, una y otra vez, mientras indagábamos entre los túmulos, bajo aquellos cielos grises de octubre, en medio de un camposanto silencioso, ese lugar donde todos hallaremos un día nuestro refugio eterno.

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El rostro de mi madre, A., sano o enfermo, circulaba por mis pensamientos mientras deambulábamos por allí llevados por el azar y la intuición. Señala Bernard Malamud en Las vidas de Dubin que no resulta fácil prescindir de los personajes de nuestra novela personal. Y esa novela propia, ahora lo sé bien, siempre acarrea un fardo en el que caben los amores, la familia, los amigos e incluso aquellos que nos hicieron daño y no logramos apartar de nuestras rutinas. Ese equipaje acaba pesando sobre nuestros hombros, pero también simboliza nuestra biografía y nuestra memoria aún no contaminada por la demencia.

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Te encontraré, Bernhard, te encontraré.
Eso pensaba yo, eso me decía.
Necesito hacerlo. Necesito recordar de esa manera a un muerto, a alguien al que no conocí en vida pero de cuya obra y pensamiento me empapaba. Es necesario honrar a quienes admiramos y no olvidar a quienes quisimos. Y yo, a Thomas Bernhard, en cierta medida lo quería porque lo necesitaba, porque sus obras me guiaban en la espesura pesimista de esos meses agrios y pedregosos, meses de dolor y de martirio.
Pero se me acaba el tiempo, se termina el viaje, concluye el lapso que hemos seleccionado para dar con tus huesos ocultos por la tierra y la piedra y el mármol.   

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David Cronenberg, experto en las degradaciones de la carne, le contó esto a Chris Rodley en el volumen David Cronenberg por David Cronenberg:

Al parecer, Tiburón (Jaws) aterrorizó a un montón de gente. Pero la idea de que siempre llevas contigo las semillas de tu propia destrucción, y de que éstas pueden surgir en cualquier momento, es más espeluznante. Porque no hay defensa frente a ella; no hay forma de escapar de ella. Necesitas cierto conocimiento para ser consciente de la amenaza.

El cáncer se tomó su tiempo para invadir ciertas zonas sin que ella lo supiera: con sigilo, con obstinación, con un trabajo lento e implacable, propio de los carcinomas. Las lesiones de la piel le indicaron, meses después o quizá un año más tarde, que podría incubar algo grave. Por miedo a acudir a la consulta cubrió su cuerpo con mil kilos de ropa, incluso en verano; se negó a ir a la piscina y a desnudarse en presencia de otras personas; se sumergía a diario en la bañera de casa, largos baños en los que procuraba aplicarse jabón de Lagarto a esa especie de pústulas que pugnaban por rasgar la piel, pues decía que este jabón contiene las mejores propiedades para la epidermis.
Tampoco se atrevió a contárselo a nadie. Sus inspecciones corporales eran sólo suyas. El estado de su carne, de su piel, estaba vedado para cualquier otra persona, daba igual quién fuera. Su ánimo había decaído notablemente, y a ello contribuyeron, además, las malas noticias que nos golpearon en los meses anteriores.