martes, diciembre 23, 2014

Aires nuevos, de Peter Kocan


Eran tres. Acababan de apearse del tren nocturno interestatal y caminaban por el andén hacia los torniquetes de acceso. La mujer tenía treinta y tantos años y llevaba de la mano a un niño de siete. Varios pasos por detrás, alejado como si de ese modo pudiera distanciarse de lo que ocurría, los seguía un chico de catorce años con dos maletas a rastras.
-¿Papá nos encontrará? –preguntó preocupado el niño.
-Ya te he dicho que no –respondió la mujer.
-¿Por qué?
-Porque no sabe dónde estamos.
-¿Y si alguien se lo dice?
-Nadie sabe dónde estamos, solamente nosotros.
El niño no parecía convencido, y el chico tampoco. Toda la noche, sentado sin encontrar acomodo en el duro respaldo del asiento, le había dado vueltas a la cabeza una y otra vez. Se habían apresurado a llenar las dos maletas con lo que tenían al alcance y habían abandonado la casa solo dos o tres horas antes de que Vladimir volviera del trabajo. Para cuando se diera cuenta de que se habían ido, ellos ya estarían en el tren a muchos kilómetros de distancia.

**

El chico deseaba que alguien le explicara, por ejemplo, si su vida era así porque actuaba de forma equivocada, o si la vida te tocaba pasarla de cierta manera sin importar lo que hicieras. ¿Estaba la "vida" dentro de ti, en forma de pensamientos, sentimientos, temores y decisiones, o más bien fuera y era como las condiciones meteorológicas que tienes que sobrellevar o a las que tienes que adaptarte? Pensó en el poema "Rostros en la calle" de Lawson. ¿Son las caras mismas las que se provocan la aflicción, o se la provoca la calle? Un poco ambas cosas, pensó. Haces lo mejor que puedes dentro de ti, y soportas las inclemencias del tiempo también lo mejor que puedes.


[Sajalín Editores. Traducción de Güido Sender]