lunes, junio 30, 2014

Tengo una cita con la Muerte, de Varios Autores. Edición de Borja Aguiló y Ben Clark


Los editores y traductores de esta antología nos aclaran en la introducción el propósito de este libro: ¿Qué criterios ha seguido, entonces, esta selección? Por desgracia, sólo uno muy sencillo: todos los poetas que aparecen en Tengo una cita con la Muerte combatieron y murieron en la Gran Guerra, ya fuera en las trincheras o en el hospital. Así, lo que encontramos en dicha selección es un gran fresco sobre lo que ocurría en el barro, en las trincheras, en los corazones de los hombres que estaban a punto de morir y eran conscientes de ello. Algunos poemas funcionan como despedidas; otros, como paisaje de ese escenario bélico; otros, como epitafios por los compañeros ya caídos… Los poetas-soldados aquí reunidos supieron lo que era entrar en combate; no escribieron de la guerra sin haberla visto y padecido. El título, que proviene de un poema de Alan Seeger que colgaré aquí otro día, resulta perfecto. Vamos con dos ejemplos:

ANTES DE ENTRAR EN LA BATALLA

Por todas las glorias del día
y la fresca bendición de la tarde,
por ese último roce del sol que yacía
en las colinas cuando el día acababa,
por la belleza desbordada con esplendor
y las bendiciones recibidas sin cuidado,
por todos los días que he vivido
haz de mí, Señor, un soldado.

Por todos los miedos y esperanzas de los hombres,
y todas las maravillas que los poetas cantan,
las risas de los años despejados,
y cada cosa triste y adorable;
por las románticas edades atesoradas
con este esfuerzo suyo alto y noble,
por todas sus locas catástrofes
haz de mí, Señor, un hombre.

Yo, que en mi colina conocida
vi con ojos ignorantes
cientos de Tus atardeceres derramar
su fresco y bermejo sacrificio,
antes de que el sol oscile su espada de mediodía
debo ahora todo esto despedir;
por todos los placeres que voy a perderme,
ayúdame, Señor, ayúdame a morir.

WILLIAM NOEL HODGSON
escrito dos días antes de su muerte,
el 1 de julio de 1916

**

A MI HIJA BETTY

En días más sabios, mi querida flor, lanzada
a la belleza orgullosa, como era el orgullo de tu madre,
en ese deseado, retrasado e increíble tiempo,
te preguntarás por qué te abandoné, siendo mía,
y el querido corazón que era tu trono de bebé,
por jugármela con la muerte. Y, ¡oh!, te darán rimas
y razones: algunos lo llamarán sublime,
y otros lo declamarán con tono cómplice.
Así que aquí, mientras las dementes pistolas maldigan
por lo alto,
y los hombres exhaustos suspiren, con barro como
colchón y suelo,
sabe que nosotros, infelices, ahora con los muertos
infelices,
no morimos por una bandera, ni un rey, ni un emperador
sino por un sueño, nacido en la cabaña de un pastor,
y por la secreta Escritura de los pobres.

THOMAS MICHAEL KETTLE
escrito cuatro días antes de su muerte, 1916


[Ediciones Linteo. Traducción de Borja Aguiló y Ben Clark]