sábado, diciembre 28, 2013

Vidas conjeturales, de Fleur Jaeggy


El libro más aplaudido de Marcel Schwob (o al menos el que a mí más me gusta) es Vidas imaginarias, donde el escritor reconstruía las biografías de algunos personajes célebres de la Historia mediante los datos reales y la ficción; lo que hacía Schwob en aquel libro era reconstruir narrativamente las vidas de ciertos hombres, como si fuesen novelas muy breves. En Vidas conjeturales, una de las delicatesen de la última temporada de novedades, hace un ejercicio parecido. Y el homenaje es evidente por cuanto, de las tres personas de las que habla/conjetura, una de ellas es el propio Marcel Schwob. Los otros dos son John Keats y Thomas De Quincey. Es decir, tres escritores. Y las vidas de esos escritores resultan fascinantes: como, por ejemplo, la enfermedad de Keats, su amor por Fanny y su muerte en Roma (todo esto lo recogió una de las últimas películas de Jane Campion). O los viajes de Schwob. O la agonía de De Quincey. Un libro breve y escrito con una prosa exquisita. Abajo, tres extractos sobre De Quincey, Keats y Schwob, respectivamente:

Thomas De Quincey devino un visionario en 1791, a los seis años de edad. William, su hermano mayor, buscaba el modo de caminar por el techo con la cabeza hacia abajo como las moscas; Richard, llamado Pink, se embarcó en un ballenero y fue apresado por los piratas; y los demás eran unos melancólicos.

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No le dijo a nadie que era huérfano. Los tutores estaban muy encima de él. Olvidó el día de su cumpleaños y se puso a estudiar medicina. Aprendió a usar las sanguijuelas, a arrancar dientes, a hacer suturas. Vio los cadáveres sobre las mesas de disección, robados por los “resurrection men” a cambio de tres o cuatro guineas. Los entregaban desnudos, en sacos. Tomaba notas en cuadernos y en los márgenes dibujaba calaveras, fruta y flores. Se sintió solo. Los “diablos azules” se sentaban con él en la habitación húmeda.

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Mientras tanto Marcel cuidaba con aprensión a la niña Vise, que estaba grave. Los médicos estaban asustados por las condiciones higiénicas en que vivía: la habitación angosta sin ventilación, pues arriba había una ventana de pocos centímetros siempre cerrada. Louise fumaba un cigarrillo tras otro, puros, la pipa de Marcel, y bebía siempre café. Louise no tardó en morir. Después del funeral el infeliz escritor regresa a la habitación, mete todas las muñecas en una maleta y se las lleva a casa. Los amigos no lo dejan ni un momento, pues en cuanto está solo Marcel tiene miedo de que la muerta vuelva a morir. Ve a su fantasma reír en los rincones de la casa y sus ojos acuosos le proponen nuevos juegos.


[Alpha Decay. Traducción de Mª Ángeles Cabré]