miércoles, octubre 30, 2013

La vida de Adèle


Mi manera de amar el cine pasa por varios niveles, lo cual hace que casi todas las películas me gusten (o, al menos, de cada una de ellas saque algo favorable: ya sea una interpretación, una o dos frases, la banda sonora o los momentos que me hacen reír). Dejo aparte los filmes malísimos porque veo muy pocos (pero sí vi mucho cine de ese tipo en mi infancia y adolescencia: bodrios de serie Z que se proyectaban en los cines de sesión doble, y que no obstante tenían su encanto). En un primer nivel, un nivel C, estarían las películas que simplemente me entretienen, que me hacen pasar el rato y están a mil millas de ser perfectas (cito ejemplos de este año: Pacific Rim, Juerga hasta el fin, Tú eres el siguiente, Kick Ass 2…). En un nivel B pondría aquellas que me han gustado lo bastante como para verlas otra vez, si tengo oportunidad, películas que me parecen muy buenas (Oblivion, Pain & Gain, El Llanero Solitario, The Conjuring, Gravity…). En un nivel A están aquellas que, de vez en cuando, me vuelven absolutamente loco, películas a las que durante unos días doy vueltas en la cabeza, me acuesto pensando en ellas y me levanto pensando en ellas (ahí entrarían, de este año, Django desencadenado, Mud, Antes del anochecer, Prisioneros…). La vida de Adèle, basada en la novela gráfica El azul es un color cálido, entra en la tercera categoría. Es una de esas películas que te marcan. O, al menos, a mí me marcan. Me vuelven loco. Me hacen apasionarme por el cine de nuevo.

La vida de Adèle, la primera película que veo del cineasta tunecino-francés Abdellatif Kechiche, sigue los pasos de una chica, desde los últimos coletazos de la adolescencia (las clases, los primeros amores, la rebeldía) hasta la entrada en la madurez (el trabajo, la estabilidad económica, la independencia). Ella se llama Adèle (interpretada por una actriz prodigiosa en todos los sentidos: Adèle Exarchopoulos), y desde el principio es una chica sensible, introvertida, capaz de enamorarse hasta el tuétano, pero también una adolescente confundida. Antes de su primer escarceo con un muchacho, se cruza por la calle con una mujer de pelo azul, Emma (interpretada por otra actriz inmensa: Léa Seydoux; ambas ganaron un premio en Cannes por sus interpretaciones), y siente una sacudida, un enrojecimiento de las mejillas, una confusión: sabe que ha sido amor a primera vista, pero sus miradas, sus titubeos y sus mentiras indican al espectador que se niega a aceptarlo. Que ella no es lesbiana. Por azar o destino, Adèle terminará conociendo a Emma, lo que dará pie a una de las historias de amor más bellas y emotivas y apasionadas que hemos visto en los últimos años. Una historia en la que no faltan unas escenas de sexo tan explícito, tan bien filmado, que será difícil que alguien las supere.

No quiero desvelar más sobre el argumento. La gente suele plantearse qué película les pondría a unos extraterrestres si vinieran a la Tierra y quisieran conocer nuestras costumbres. Para que supieran lo que es ser una mujer en el mundo contemporáneo occidental yo les pondría esta película. Porque va más allá del lesbianismo. Es un filme sobre cómo las mujeres aman y sufren, sobre cómo practican el sexo y sienten la pasión, sobre cómo deben sobrevivir en una sociedad plagada de etiquetas y miedos y prejuicios, sobre cómo las heridas las afectan en todos los órdenes de sus vidas.

Cuando salí del cine, aturdido, encantado, conmovido tras tres horas de proyección, me pregunté cómo el director había logrado que nos inmiscuyéramos tanto en la vida de una mujer (y sufriésemos junto a ella). Pues lo que ha hecho Kechiche, principalmente, es enamorarse y enamorar a la cámara de su actriz principal. Es una película en la que predominan los primeros planos, a veces no sabemos muy bien lo que ocurre alrededor de los personajes porque la cámara se centra en los rostros: las lágrimas, la piel, las miradas, el rubor, las sonrisas, el pelo… De este modo, el espectador acompaña en todo momento a Adèle, convive con Adèle, casi siente sus mocos, sus llantos y sus orgasmos. Sobre ella está construida la película y creo no equivocarme si digo que sale en todas las escenas (no en todos los planos). Hay secuencias que, al principio, parecen banales (esos momentos largos en los que los personajes se dedican a comer y a hablar de cultura), pero van creando poco a poco un clima de desasosiego, de tensión, que van anunciando lo que va a suceder después. Por cierto: es una película circular, que empieza con un plano parecido al principio y al final, algo que me entusiasma y que me fascinó, por ejemplo, en Sin perdón

A mí me ha parecido dolorosa, emotiva, sublime. Y me he enamorado de las dos actrices, o de sus dos personajes…