lunes, junio 24, 2013

La materia oscura, de Florian Werner


He aquí uno de los libros más interesantes de la temporada, subtitulado Historia cultural de la mierda, que rechazarán los escrupulosos y los biempensantes, y que descubrí porque Luna Miguel lo recomendó en Twitter. La mierda es algo con lo que convivimos a diario, pero que sin embargo nos obstinamos en ocultar, en esconder, en no mencionar porque se ha convertido en uno de los grandes tabúes de nuestro tiempo. El autor logra ensamblar con habilidad la historia, el psicoanálisis, la filosofía, el arte, la biología y las referencias culturales (por ejemplo, menciona la escena de Vincent Vega en el wc de Pulp Fiction, un relato de David Foster Wallace y la película Slumdog Millonaire, entre otras) para configurar un ensayo que ilustra, entretiene e incluso hace sonreír. Abajo incluyo algunas de las frases que me han llamado la atención:

Desde la cuna hasta la sepultura, la mierda impregna nuestra concepción de la cultura, la sociedad, la salud, el decoro, el humor y la identidad.

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No obstante, por norma general, nos negamos a admitir el papel fundamental de los excrementos en nuestra vida. Casi ninguna otra materia se sustituye de manera tan natural como la que diariamente se origina en lo más profundo de nuestro interior. En realidad, apenas dos tercios de la población mundial cuenta con un retrete; y unos 2600 millones de personas en la tierra carecen de acceso a instalaciones sanitarias. Pero en la mayor parte de nuestro industrializado mundo occidental se hace desaparecer por completo la mierda de lo público. Hay que tener en cuenta que los habitantes de una ciudad del tamaño de Berlín producen al día una cantidad estimada de 800 toneladas de excrementos, por lo que resulta realmente sorprendente que sólo de vez en cuando nos tropecemos por las calles con alguna caca de perro. La mayoría de los excrementos desaparecen tan invisible e inodoramente en las tripas de la ciudad que parece que nunca hubieran existido.

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Nuestra concepción occidental de la civilización está, pues, vinculada de forma inseparable a la desintegración de la mierda, y su relativa visibilidad o invisibilidad es, por así decirlo, una escala para medir los niveles de desarrollo de un país.

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En la misma medida en que los verdaderos excrementos desaparecen de nuestra vida, podría decirse que aumenta la mierda producida por la industria y por los medios.

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La mierda es una condición básica de la vida, pero al mismo tiempo está considerada una sustancia sucia o incluso mortal.

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Las excreciones de personas sanas contienen un 75 por ciento de agua, y el resto está formado de componentes indigeribles o no digeridos aún de un alimento consumido dos o tres días antes. Sobre todo, fibra, partículas de almidón, grasa, así como fibras conjuntivas y musculares. Contienen asimismo células del estómago repelidas, residuos de las enzimas digestivas, mucosidad y microorganismos muertos. Igualmente, diversas materias químicas como la estercobilina, que le da su característico color marrón, así como el escatol y el indol, responsables decisivos de su olor.

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La creciente sensibilidad contra el olor de la mierda es en gran medida resultado del desarrollo del sujeto moderno.

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El asco, según Winfried Menninghaus, “concibe cualidades, nunca como simples circunstancias, sino siempre como algo que no debe ser, por lo menos no cerca del que juzga”. En otras palabras: quien siente algo como asqueroso, emite, o mejor, realiza con su cuerpo, instintiva y probablemente de forma inconsciente, un profundo juicio moral. Lo que provoca asco es malo, y no sólo en el sentido de “insoportable”, sino también en el de “moralmente malo”. Y también es probable que ésta sea la razón por la que los excrementos humanos son capaces de provocar un asco más intenso que el de los animales: quien consume mierda humana infringe no sólo el tabú de la coprofagia, sino que también comete, en cierto modo, un acto de canibalismo.

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Según Friedrich Nietzsche, algo parecido es válido también para los objetos más reales del deseo: “Cuando amamos a una mujer, es fácil acabar odiando a la naturaleza, al recordar cada uno de los elementos desagradables de la naturaleza a los que está expuesta toda mujer”, escribe el filósofo en su obra La gaya ciencia. “El ser humano bajo la piel es para todo aquel que ama una atrocidad, es lo impensable, un sacrilegio y una blasfemia de amor”.

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Por otra parte, las personas que trabajan con la creatividad, es decir, artistas, escritores, músicos y filósofos, no toman sus decisiones racionalmente, como es sabido, sino que siempre escuchan una vocecilla desde su interior. Confían en su gut feeling, en su “sentimiento intestinal”, como se dice en los países anglófonos, o actúan “desde las tripas” (es decir, por intuición): dejan a sus asociaciones seguir su curso libre y feliz, como a sus excreciones. Y si un suceso les “sienta como una patada en el estómago”, a menudo lo digieren expresándolo con palabras u obras mordaces. “Algunos médicos derivan del estómago todas las enfermedades”, sostenía el poeta alemán Jean Paul: “Aspiro a explicar por el mismo motivo y aún más fácilmente el origen de la mayoría de los escritos, y demostrar que en la producción de un libro la corriente nerviosa del cerebro trabaja menos que la insatisfecha bilis del estómago”.


[Tusquets Editores. Traducción de Aránzazu López Fernández]