lunes, septiembre 24, 2012

Londres bajo tierra, de Peter Ackroyd



Un día de estos empezaré a leer el voluminoso libro que Peter Ackroyd dedica a Londres (son, exactamente, 1.000 páginas), que dicen que es una joya y que ya está en mi biblioteca; mientras tanto, me he calzado este breve volumen que el mismo autor consagra al subsuelo de la ciudad: la red de trenes subterráneos, las obras y excavaciones, el alcantarillado y sus leyendas, las catacumbas, las aguas que fluyen bajo tierra y los misterios asociados a la oscuridad. Un extracto sobre el famoso “underground”:

La red de transporte subterráneo es, en muchos aspectos, un símbolo del esfuerzo colectivo. Solitario y al alcance de todos, es una representación de la paradoja que entrañan todas las sociedades y culturas. Facilita el desplazamiento de los individuos, sin duda, pero es también una fuerza social que adopta sus propios códigos y convenciones. En este sentido, puede considerarse como un sistema opresor, que forma parte de la jornada de trabajo del capitalismo tal como hoy lo conocemos. Es, a un tiempo, un concepto ideológico y sociológico. El viajero que, por fuerza, ha de sufrir las aglomeraciones matinales de la “hora punta”, lo verá como una de tantas obligaciones impuestas. “No somos nosotros quienes elegimos la vía por la que queremos ir –decía Thoreau en los albores del ferrocarril en Estados Unidos–: el tren lo hace por nosotros”.

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Otro extracto sobre el refugio que buscaban los ciudadanos durante los bombardeos de 1940, en la Segunda Guerra Mundial:

La gente llegaba allí con tumbonas, mantas de viaje y parasoles; algunos llevaban comida para quince días. Habían ido para quedarse. A eso de las seis de la tarde, los pasajeros habituales tenían que abrirse camino entre personas tumbadas; dos horas después, los andenes estaban tan abarrotados que era imposible dar un paso. El ambiente era asfixiante; mucha gente tenía que salir a la superficie unos minutos para tomar un poco de aire fresco. Para empeorar las cosas, y debido al inusitado calor que hacía, apareció una plaga de mosquitos. Cuando, tras el paso del último tren, las luces se apagaban, algunos de los refugiados invadían las vías. Otros ocupaban los accesos y las escaleras mecánicas.   


[Traducción de Gregorio Cantera]