lunes, marzo 12, 2012

Trilobites, de Breece D’J Pancake



La primera vez que uno se entera de la existencia de un tipo que se llamaba D’J decide no leer su libro. Eso me ocurrió a mí. Luego reculé, porque no conviene hacer juicios a priori llevado por pequeñeces como el pseudónimo o la edad del autor, y fui a comprarlo y, en la introducción de John Casey a estos doce cuentos de Pancake, aquel dice que el segundo nombre de Breece era Dexter, pero un error de imprenta lo convirtió en D’J y a él le hizo gracia, le restó seriedad a su propuesta y decidió firmar así. Y entonces Breece, tras esa anécdota, ya nos cae mucho mejor. Y además se suicidó a los 26 años, y los suicidas, cuanto más jóvenes, más simpatías nos despiertan (por decirlo de alguna manera).

Lo que nos encontramos en este volumen son doce textos misteriosos, inesperados, distintos a lo que uno lee habitualmente, difíciles de encarcelar en una generación o en las diversas tradiciones de mediados de los 70. Cuentos escritos con una prosa densa, firme, con mucho músculo y mucha tristeza y mucho sentimiento. Hombres que aman la tierra en la que viven y en la que trabajan. Hombres que sufren o soportan ciertas heridas, como el tío que no abandona su localidad pero recuerda al amigo que un día decidió marcharse (y siente envidia de su actitud), así comienza el relato “Mi salvación”: Chester fue más listo que cualquier rata de cloaca mierdosa porque se largó antes de que la mierda empezara a caer. Muchachos que viven con sus padres ya envejecidos y saben que no hay escape, como sucede en “El primer día del invierno”. O “De la leña seca”, la historia demoledora de Ottie, que tuvo un accidente de coche con su primo, Bus, que conducía el vehículo: el conductor terminó jodido, en silla de ruedas, y Ottie se libró de los daños irreparables, y años después y dado que nadie recuerda por qué tuvieron el accidente, la familia de Ottie aún se muestra agresiva y feroz con Ottie, como si él hubiera tenido la culpa al salir ileso. Cuentos en los que anida la tristeza cuando nos hablan de padres que murieron, de individuos a los que medio pueblo humilla o desprecia, de gente que sólo ansía una oportunidad. Como el narrador del relato que más me ha gustado, “Una habitación para siempre”, un tipo que trabaja en un remolcador y que pasa la Nochevieja en una ciudad de paso, solo, y podemos sentir su soledad y su desasosiego; os dejo con un extracto de este relato, de un magnífico libro:

Sorbo el café antes de tiempo, me abraso la boca. Nada sale como es debido. Supongo que el Año Nuevo me trae mala suerte –por algo hay que empezar–, pero al final termino recordando las fiestas de cuando estaba en la Marina y recuerdo también la última que celebramos, la Nochevieja de nuestro último año de servicio, que fue un desmadre, y ahora aquí, sentado al lado de la ventana, me pongo malo pensando en todas aquellas fiestas y el trabajo que tenemos y el año nuevo a punto de salir de cuentas y el año viejo hecho ciscos. Quiero sacar el culo de aquí… llevo demasiado tiempo metido aquí dentro.     


[Traducción de Albert Fuentes]