martes, febrero 21, 2012

Shame


Curiosamente, dos de las mejores películas de los últimos meses contienen inicios similares. Me refiero a Drive y a Shame. Ambas empiezan con primeros planos de sus silenciosos y poco comunicativos protagonistas; en ambas predomina la música instrumental (del grupo The Chromatics y de Harry Escott, respectivamente), con sendas composiciones marcadas por un tic-tac de fondo; en las dos, junto a la música, los planos y la falta de diálogos, se va creando un clima perturbador, una atmósfera estremecedora que hipnotiza al espectador (al menos al cinéfilo) y advierte del tono general de cada filme. 



La anterior película del director británico Steve McQueen, Hunger (Hambre), tuve que buscarla en internet, hace ya dos años y medio. La protagonizó, al igual que Shame (Vergüenza), el gran Michael Fassbender. Aquella era una historia sobre presos del IRA, sobre la resistencia del cuerpo humano. McQueen filma la carne como pocos directores suelen hacerlo, como si fueran mapas que revelan territorios fríos, mutantes y extraños (algo que también se puede aplicar a David Lynch y a David Cronenberg). 


 
Como dijo Hilario J. Rodríguez en su formidable crítica para el último número de Imágenes de Actualidad (y estamos hablando de uno de los mejores críticos de España), Shame es una película hipnótica. McQueen, ayudado por la música y por una fotografía atípica, rueda de un modo similar a como lo hace Michael Mann. De hecho, algunas escenas de Fassbender recorriendo Nueva York de noche recuerdan poderosamente a los momentos nocturnos de Heat y de Collateral. Y todo el conjunto embruja, amén del sensacional trabajo de Michael Fassbender.
 
 
 
Shame es una película turbia, compleja, malsana, sombría, que conduce a un personaje por senderos tortuosos, algo que yo a veces hecho de menos en la literatura contemporánea, pero que me ha recordado, también, a uno de los mejores libros sobre sexo y tormentos y obsesiones que he leído: El demonio, de Hubert Selby, Jr.