viernes, enero 27, 2012

Vida de un idiota y otras confesiones, de Akutagawa Ryunosuke


Presten atención a Satori Ediciones y a su catálogo de títulos de autores y de temas japoneses. Con una esclarecedora introducción de Carlos Rubio, de casi 40 páginas, publicaron hace un par de meses uno de los mejores volúmenes de Ryunosuke Akutagawa (o viceversa), un libro que ya recomendaron mis colegas David González y Elías Gorostiaga, y que reúne siete relatos impecables, todos ellos marcadamente autobiográficos, y reveladores del estado mental y del agotamiento del autor, que se suicidó a los 35 años con una sobredosis de Veronal. Este libro es un paseo por los tormentos de Akutagawa; de muestra este botón:

Lo único que podía salvarme de aquel estado era dormir. No obstante, me di cuenta de que se me habían terminado todos los somníferos. Me resultaba absolutamente imposible soportar el sufrimiento sin dormir. Pero hice de tripas corazón, pedí un café y decidí ponerme a escribir con todas mis fuerzas. Dos páginas, cinco páginas, siete páginas, diez páginas…

El volumen empieza con “Las mandarinas”, uno de los relatos más breves y redondos. Reconstruye el día en que el autor toma un tren y lo ve todo gris y negro a su alrededor, ve la vida con un pesimismo profundo, hasta que el gesto de una adolescente lo ilumina por unos instantes. Poesía pura. Y prosigue con “Extractos de la agenda de Yasukichi” (sobre su experiencia como profesor de inglés), “Al borde del mar” (las conversaciones de dos amigos y sus visitas a la playa), “Registro de defunciones” (un repaso a los fallecimientos de sus padres y de una hermana a la que no llegó a conocer), “Engranajes” (escrito de forma fragmentaria, como si fueran varios esbozos dentro de un mismo relato, en estos textos Akutagawa acude a una boda y se aloja en un hotel, cuando ya sufría alucinaciones, episodios de angustia y padecimientos de cabeza y de estómago; durante esa estancia lee, deambula por cafés y escribe los relatos que enviará a las revistas), “Vida de un idiota” (esbozos cortos, numerados, en los que consigna algunos de los hechos más importantes de su vida, casi siempre sometidos a los trastornos y a las enfermedades) y culmina con “Nota enviada a un viejo amigo” (una de las escalofriantes notas que escribió justo antes de morir, y que se publicó póstumamente), de la que ofrezco un extracto: 

Lo primero que pensé fue cómo podría morir sin sufrimiento. El suicidio por ahorcamiento es el procedimiento más adecuado en este caso. Pero imaginarme la figura de mí mismo muriendo ahorcado me produjo una repugnancia estética. No me importa que me tachen de esteta. (Recuerdo que me desenamoré de repente de una mujer a la que había amado, y solo porque no tenía buena caligrafía.) Alcanzar mi objetivo a través de la muerte por ahogamiento, sabiendo yo nadar, me parece altamente improbable. Además, aunque por un casual lo consiguiera, el sufrimiento sería mucho mayor que el de morir ahorcado. Morir atropellado también, más que cualquier otro final, no podría evitar hacerme sentir una repugnancia estética. Con mis temblores de manos, morir haciendo uso de una pistola o de un cuchillo, implica una importante posibilidad de fracaso. Saltar desde un edificio, por razones obvias, es indudablemente también antiestético. Debido a estas circunstancias, decidí morir por sobredosis.


[Traducción de Yumika Matsumoto y Jordi Tordera]