miércoles, octubre 26, 2011

Dios nunca reza, de Patxi Irurzun



LUNES 23 DE JUNIO
Llevo tres días de resaca. El viernes por la noche estuve presentando en Logroño un libro que se llama, precisamente, así: Resaca / Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski. Es una selección de treinta y siete autores y yo soy uno de los dos antólogos. Me he pegado dos meses de ciudad en ciudad con el libro: Madrid, Zaragoza, Bilbao... Y cada presentación viene acompañada de una borrachera monumental, como si tratáramos de hacer honor al homenajeado. 
En Logroño bebí más de lo habitual (y mi cuerpo de casi treinta y nueve años ya no aguanta como antes). Pero creo que será la última presentación y quería despedirme a lo grande de esta especie de sueño: el libro lo ha sacado una editorial grande, hemos tenido reseñas en periódicos importantes. También llevamos varios meses administrando un blog, con miles de visitas, entradas cada día... Ha sido como jugar, por una vez, en primera división, como colarnos en una fiesta, aunque ha resultado agotador, y ruinoso. En Logroño al menos nos pagaron la gasolina, un hotel de tres estrellas  y una cena con entrecot y gin tonic incluidos, pero lo habitual suele ser correr uno mismo con los gastos, alojarse en hostales de mala muerte, comer en restaurantes turcos, vender media docena de libros (normalmente a otros escritores que a su vez te venden sus libros) y gastarse lo que costarían otra media docena en tabaco, cerveza...
Y después volver a casa con esa sensación extraña y frustrante: “¿Pero a alguien le interesa lo que yo escribo?”.
Dentro de unos meses, además, aún será peor, habrá que volver a publicar con editoriales pequeñas, ser ignorado por los suplementos culturales, presentar el libro ante ocho o nueve personas (contando a tu madre, a tu mujer y a un par de amigos)...
Ante ese panorama ¿qué puede hacer uno sino emborracharse como una rata? 

**

MARTES 24 DE JUNIO
[…]
Al final, cuando me siento a escribir son las diez y media o las once y ya estoy cansado, tengo sueño yo también... No disponer de tiempo para escribir es una de las cosas que más me frustran de mi vida familiar. Es como si tuviera dos vidas, una real en la que los acontecimientos me van superando, venciendo, borrando, y otra, cuando escribo, en la que resisto, me mantengo firme, me reconozco a mí mismo. A veces esas dos vidas se conectan por túneles subterráneos, como el amor que siento por mi hijo y mi mujer, que se filtra como oxígeno hasta mis libros y artículos; otras veces esos túneles se han cegado, se han llenado de porquería, como cuando tengo que escribir para el banco.