martes, junio 28, 2011

Beckett. El infatigable deseo, de Alain Badiou



Desde este punto de vista, Beckett está indiscutiblemente –y es el único gran escritor de este siglo que lo está– en una tradición sin par del teatro cómico: duetistas diferenciados, trajes desfasados (falsamente “nobles”, sombreros hongo, etc), serie de números antes que desarrollo de una intriga, trivialidades, injurias y escatología, parodia del lenguaje culto, en especial del lenguaje filosófico, indiferencia con respecto a toda verosimilitud y, sobre todo, obstinación de los personajes en perseverar en su ser, en defender contra viento y marea un principio de deseo, una fuerza vital, que las circunstancias parecen transformar, en todo momento, en ilegítima o imposible.

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Hay que interpretar a Beckett con el más intenso humorismo, en la variedad constante de los tipos teatrales heredados, y solamente entonces es cuando se ve surgir lo que de hecho es la verdadera razón de lo cómico: no un símbolo, tampoco una metafísica disfrazada, mucho menos un escarnio, sino un amor poderoso por la obstinación humana, por el infatigable deseo, por la humanidad reducida a su malicia y a su terquedad.   


[Traducción de Ricardo Tejada]