martes, enero 25, 2011

Hereafter (Más allá de la vida)


Cuando decimos que Clint Eastwood es el último cineasta clásico, sus defensores no lo decimos por su edad, o porque lleve décadas en el cine. Lo decimos porque aún rueda como los grandes lo hacían antaño: se toma su tiempo para contarnos la historia, nos adentra poco a poco, sin prisas, en los pormenores que atañen a cada personaje, filma planos largos, se interesa antes por los seres humanos y sus relaciones y sus miedos que por la acción o los efectos especiales. Esa narrativa clásica es, precisamente, la que le reprochan los gafapasta: allá ellos. Aunque Hereafter no alcance el nivel de Gran Torino o El intercambio, sí me parece superior a Invictus. Sus películas jamás me defraudan.

En Hereafter, Eastwood nos cuenta tres historias. Las de tres personajes de tres partes del mundo que pertenecen a distintas clases sociales: el hombre de clase media de San Francisco que es capaz de ver a los muertos cuando toca a los vivos (encarnado por Matt Damon), el niño de clase baja de Londres que ha perdido a su hermano (interpretado por Frankie McLaren) y la mujer de clase alta de París que ha sobrevivido a un tsunami (encarnada por Cécile de France). A los tres, sin embargo, los une la muerte. La creencia en el más allá; en que, una vez muertos, no desaparecemos del todo, sino que ingresamos en una especie de campo de energía en la que aún vemos a los vivos. Desde el inicio, el espectador sabe que esos personajes van a coincidir en algún punto, pero no sospecha cómo ni cuándo.

Son curiosas las diferencias entre lo que son en realidad las películas de Clint Eastwood y el modo en que los distribuidores las venden al público. Porque, en realidad, no tienen nada que ver. Más allá de la vida se ha intentado vender como un filme similar a El sexto sentido o a Los otros, plagado de efectos especiales y de fantasmas. Y no es así en absoluto. Quien acuda al cine pensando en historias de aparecidos y de sustos quizá salga decepcionado. Le preguntan al director, en las entrevistas, por los efectos: y éstos sólo aparecen en los cinco primeros minutos de película. El resto es un largometraje sobre gente herida, sobre gente obsesionada con la muerte, sobre gente que, creyendo en que otra vida es posible, acaban siendo una especie de apestados, de parias de la sociedad. La cuestión, lo que le importa a Eastwood, es cómo pueden sobrevivir a ese contacto con la muerte y a esa creencia en el otro lado. Irregular, lo admito, pero sigue siendo una admirable película. Y me ha llegado en un momento en el que necesitaba algo así.