miércoles, enero 19, 2011

Desprecio y falta de respeto

Ya hace algunos años, no sé cuántos, que no paso en Zamora el Día de Reyes y, en general, los días previos y los posteriores, de modo que no estoy muy seguro de cómo funciona hoy en mi ciudad natal ese terremoto que suponen las masas entrando en las tiendas y en los grandes almacenes para efectuar las compras que tal vez necesitan (las de los regalos) y las que tal vez no necesitan (las de las rebajas). No creo, no recuerdo que el efecto sea tan brutal como en Madrid. Si uno entra a última hora en algún comercio, en esas fechas, como yo hice en esos días pasados, comprobará que por allí parecen haber pasado las hordas de Atila. Que lo han arrasado todo sin misericordia. En Reyes, por las librerías de los grandes almacenes se mueven masas que, salvando las excepciones lógicas, se caracterizan porque no suelen comprar libros y menos aún leerlos, pero ese día van en busca del best seller que, creen, puede gustarle al padre o a la novia. Se nota en su trato a los libros. O debería decir su maltrato. Porque uno pasea por entre las mesas de novedades y se desanima en cuanto ve los libros movidos de su sitio, descolocados, alguno en el suelo, mal devueltos a los estantes en los que los empleados los pusieron en vertical, con el lomo hacia fuera y en orden alfabético dentro de su sección. Parece como si un huracán hubiera arrasado Fnac o La Casa del Libro. Y ese trato sólo pueden dárselo quienes no están familiarizados con los libros, pues el auténtico amante de la literatura los trata igual que si fueran porcelanas chinas.
Por esos días dimos una vuelta por Zara. La sucursal que tienen cerca de Sol, en Madrid, y cuya entrada principal está en Preciados. Lo que vi por allí me pareció desolador. Humillante para las dependientas. Repulsivo en cuanto al comportamiento de los compradores y los meros curiosos. Indignante para los clientes que vienen después, cuando el comercio aún no ha cerrado pero está a punto de hacerlo. Sospecho que, en cuanto a Zara y otras populares cadenas de ropa, esto sí sucede en Zamora, aunque a menor escala. Lo digo porque, si mal no recuerdo, alguna amiga me contó hace tiempo los incordios diarios desde que se pone el cartel que anuncia las rebajas. Había ropa mal colocada en las mesas, desordenada en un revoltijo con trazas de mercadillo. Había perchas solitarias, sueltas, en el suelo, junto a montones de ropa, de camisetas, vestidos y pantalones. La gente ni siquiera se molestaba en sortearla y la pisaba sin miramientos. No digo que la recogieran (yo mismo pensé en hacerlo, pero se hubiera convertido en un trabajo, pues en todas las plantas había casi más ropa en el suelo que en los estantes), pero al menos deberían haber evitado ponerle los zapatos encima, con toda la mierda que las suelas arrastran. Aquello parecía un basurero.
Sé que me dirán que eso es así, que es lo acostumbrado, que es perfectamente normal que las hordas entren a saco en las tiendas y sean capaces de arrollar al personal para conseguir las prendas codiciadas a un precio ridículo. Y eso es lo que me preocupa. Que, habiéndonos acostumbrado a ese intolerable comportamiento, lo aceptemos como norma. Porque lo peor ya no es el trato a la mercancía: a la ropa o a los libros, en este caso. No. Lo indignante es el trato humano. Porque arrojar objetos al suelo o tirarlos sin querer y no agacharse a recogerlos revela el más absoluto desprecio por los empleados que allí trabajan y supone una falta de respeto hacia ellos. Los empleados que pasarán horas extras, de noche, recogiendo y limpiando lo que otros tiran y descolocan. Y no, me temo que ese no es su trabajo. No debería serlo.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla