viernes, octubre 22, 2010

Los chicos de las taquillas, de Ryu Murakami


Esta es la tercera novela que de Ryu Murakami se traduce en España, tras Azul casi transparente y Sopa de miso. Los chicos de las taquillas es la más rara y la más extensa de las tres. Los narradores japoneses se toman su tiempo, parece que no están diciendo nada y están diciendo mucho, parece que no ocurre nada en torno a los personajes y en realidad sí ocurre, aunque tardamos en advertirlo. Aquí, Murakami se plantea lo que ocurre cuando dos bebés son abandonados al nacer, abre interrogantes sobre el tema: porque sus vidas, al sobrevivir a ese abandono, serán lo contrario de lo que hubieran sido de haberse criado con sus verdaderos padres. En ellos pueden germinar el odio, la violencia, la destrucción, el ansia por aniquilar… No faltan esos toques asiáticos sobre el dolor, que suelen poner los pelos de punta; por ejemplo: un tío cortándose la lengua con unas tijeras. En el epílogo de Antonio Bordón se alude a David Cronenberg, y ésa es exactamente la cualidad que podría definir este libro: un cruce entre David Cronenberg y un libreto manga. Provocadora y recomendable, pero muy extraña.

Hashi había pasado trece horas en aquella taquilla de monedas, trece horas de canícula. Trece horas de perros ladrando, altavoces anunciando el nombre de la estación, timbres de bicicleta, máquinas expendedoras, el golpeteo del bastón de un ciego, papeles y bolsas de plástico al viento, música en una radio lejana, niños saltando a una piscina, la tos de un viejo, un cubo llenándose con el agua de un grifo, el chirrido de unos frenos, unos pájaros piando mientras construían su nido, mujeres rascándose, voces que reían… El tacto de la madera, del plástico, de acero, de la piel suave de una mujer, de la lengua de un perro; el olor de la sangre, el sudor, los excrementos, de medicinas, perfume y aceite; cada una de estas sensaciones estaba unida a la siguiente por el miedo, únicamente por el miedo. Hashi oía la voz de sus células que recordaban. No eres deseado, le decían. Nadie te quiere.


[Traducción de Pilar Álvarez Serra]