viernes, julio 30, 2010

Manual del contorsionista, de Craig Clevenger


Esta es una de las novelas favoritas de Irvine Welsh y Chuck Palahniuk y no me extraña. Es como si la película Atrápame si puedes fuera reescrita y versionada por Palahniuk. John Dolan Vincent (o Daniel Fletcher, o Eric Bishop, o…) es un estafador que se siente como un contorsionista cada vez que falsifica un pasaporte, es adicto a la cocaína y tiene unos terribles dolores de cabeza que le obligan a inflarse a pastillas hasta alcanzar la sobredosis. En una narración alocada en la que no faltan esos datos precisos sobre la farmacopea o las enfermedades que tanto gustan a los autores mencionados, Vincent nos desvela sus identidades y sus mentiras, sus amores y su paso por hospitales, prisiones y correccionales, sus métodos para falsificar y sus trucos de magia con las manos. Es el debut narrativo de Craig Clevenger.

Este libro de culto en USA está a punto de ser llevado al cine, y sólo cuando la película se estrene el lector español buscará ejemplares por las librerías, como ocurrió antaño con El club de la lucha. En los siguientes fragmentos resume el protagonista su historia:

Tal vez naciste con una extraña anomalía, como una mano con seis dedos. Tal vez los médicos piensan que está asociada a algún trastorno cerebral orgánico pero no pueden estar seguros, y tus padres nunca pudieron cubrir los costos para averiguarlo.
Tal vez empezaste a caminar tarde, a hablar tarde, no progresabas de niño y te diagnosticaron un retraso. Tal vez posees una extraña habilidad para los números que invalida el diagnóstico. Tal vez, sólo tal vez, sufres un dolor de cabeza atroz cada seis meses que no se refleja en las radiografías, los análisis de sangre, las resonancias magnéticas o las punciones lumbares, y el dolor es tan horrible que has estado a punto de matarte en diversos intentos por detenerlo. Tal vez si te ven más de una vez, dejarán de creerte cuando les dices que ha sido un accidente. Vas con tu verdadero nombre, consultan tu historial médico y deciden que, como ya lo has hecho otras veces, representas un peligro para ti mismo. Y el Estado puede enchufarte clorpromazina y programas infantiles y puzles en una habitación llena de hombres y mujeres adultos que balbucean y menean la cabeza y que no pueden limpiarse el culo, si el Estado cree que eres el mismo tú una y otra vez. Y el Estado decide cuánto tiempo pasarás allí y cuándo te marcharás, y puede inventarse las reglas sobre la marcha.
Intentar hacerte pasar por un bebé muerto de veintiún años ante un funcionario civil aburrido te hará acabar allí donde no hay sol, ni Dios, ni relojes.
Así que aprendes a hacerlo todo, aprendes los entresijos del sistema, aprendes a falsificar algunos documentos y a conseguir que un estamento civil te expida legalmente los demás para hacer desaparecer a tu antiguo yo.
La Administración de la Seguridad Social te pide un permiso de conducir, y quiere saber por qué todavía no tienes un número.
Trabajé en la tienda de mi padre hasta hace unos años. Nunca he cobrado un suelo.
He estado en la cárcel.
He estado viviendo en el extranjero con unos parientes. Acabo de regresar, me estoy renovando el pasaporte, pero tengo esto. Permiso de conducir internacional formato tríptico, dos horas dieciocho minutos.


[Traducción de María Alonso]