lunes, julio 26, 2010

Días de miseria

la primera vez que se fueron de casa
se marcharon con lo puesto: algo de ropa,
útiles de aseo, poco más, con la urgencia de quien huye de noche

los primeros días vivieron en casa de unos tíos
los primos con los primos, compartiendo camas individuales,
y la madre y la hermana en un sofá, donde estaba la televisión

luego les prestaron el piso inferior del hogar de los abuelos
habitaciones en hilera, comunicadas entre sí, sin ventanas
una hura en penumbra que daba a un patio próximo al río

en los duros días de invierno utilizaron una pequeña estufa
que sólo calentaba el cuarto principal
dormían con tres o cuatro mantas en cada lecho

al desnudarse por las noches, el vaho salía de sus bocas
y, por las mañanas, la ropa estaba tiesa, húmeda y helada
siempre tenían los pies fríos, las manos gélidas, el corazón blando

los almuerzos eran propios de quien no tiene mucho dinero:
una dieta de legumbres, arroz cocido y macarrones con tomate
y veían una tele diminuta y en blanco y negro, comidos de tristeza

cuando los hermanos llegaban de madrugada, borrachos de sábado,
atravesaban los cuartos en silencio y la madera crujía bajo las suelas,
y se desnudaban temblando menos, porque el alcohol mitigaba el hielo

durante el curso el hijo mayor viajaba a otra provincia, a la universidad
volvía los fines de semana, a pasar hambre y helarse, y apenas subsistía
en su piso de estudiantes con una beca y los préstamos de su abuelo

durante el verano se iba a estudiar a la calle
porque en la hura le faltaba la luz natural,
la luz del sol que todo lo bendice

al huir de casa se llevaron al perro y a los gatos
el perro quedó dentro, los gatos vivieron fuera, en el patio
de la carpintería del abuelo, y una noche invernal alguien mató al macho

el cadáver frígido y duro lo había encontrado su madre en un contenedor,
el hermano mayor lo enterró con sus propias manos en la orilla del duero
con lágrimas en los ojos, con furia en los labios, con el alma descuartizada

fueron días de miseria y de hambre
días de dolor y desesperanza.



José Angel Barrueco, No hay camino al paraíso