viernes, marzo 26, 2010

Educación siberiana, de Nikólai Lilin



Nikolái Lilin, el autor de este libro autobiográfico, trabaja en Italia haciendo tatuajes. Esta es su primera novela y él mismo, en algunas entrevistas, afirma que no se considera escritor. Pero tiene madera. Sabe contar historias, describir a los personajes y meter al lector en ambientes turbios y violentos. La violencia es el medio en el que Nikolái, alias “Kolimá”, se mueve desde niño. Al haber nacido entre los urcas, criminales de Siberia sometidos a reglas muy estrictas, aprende rápido a odiar a la policía y al ejército, a usar la navaja y a tirar cócteles molotov, a respetar a sus mayores y a no soliviantar las normas de la jerarquía. Las peleas contra otras bandas son terribles y los adolescentes utilizan puños americanos, palos, cuchillos y pistolas. Sus códigos están repletos de contradicciones: detestan a los homosexuales, pero veneran y protegen a los disminuidos; emplean la violencia en numerosas ocasiones, pero su uso tiene que estar justificado; son obligados a respetar a todos los seres vivos, pero excluyendo a polis, políticos, banqueros y cualquiera con poder económico. El autor describe las fascinantes reglas de los urcas y las historias de forajidos, reclusos, ex convictos y, en general, una galería turbadora de hombres llenos de costurones, tatuajes y heridas de guerra. Siempre he sostenido que los rusos son los hombres más duros del planeta y este libro lo confirma.

Lo único que se echa en falta es cierto equilibrio en la estructura. Uno no sabe a ciencia cierta si se trata de una virtud o de un defecto: quizá sea una virtud si el autor ha querido manejar el tiempo narrativo a su antojo; quizá sea un defecto justo por lo contrario, porque el autor no ha sabido manejarlo. En este sentido, hay capítulos larguísimos que abarcan un único día contado en 100 páginas y otros muy breves en los que resume casi un año de vida. Quizá el mejor, o el más impactante, sea el episodio “Cárcel de menores”, donde Nikolái se ve mezclado en un entorno asfixiante en el que los niños se han convertido en bestias, peores aún que en El Señor de las Moscas: capaces de violar a los más débiles, de torturarlos y de someterlos a tantas vejaciones que el lector recibe una patada en el estómago. Roberto Saviano ha dado la mejor descripción de Educación siberiana: “Para leer este libro hay que estar dispuesto a olvidar las definiciones del bien y del mal tal como las conocemos”. Vamos con un fragmento:

Según las reglas, los tatuajes se realizan en períodos determinados de la vida; uno no puede hacerse enseguida cuantos quiera, sino que existe un esquema preciso.
Si un criminal se hace un tatuaje que no contiene información fidedigna sobre su persona, o si se tatúa antes de tiempo, se lo castiga severamente y se le borra el tatuaje.
Como se dice en Siberia, los tatuajes hay que “sufrirlos”. Cuando uno ha vivido una experiencia singular, la transcribe en su piel como en una especie de diario. Por eso, porque la vida de un criminal es dura, no se dice que los tatuajes se “hacen”, sino que se “sufren”.
-Ya he sufrido otro tatuaje –suele decir alguien que acaba de hacerse uno.
La expresión no se refiere al dolor físico durante la operación, sino al significado de ese tatuaje concreto y a la difícil convivencia que lo justifica.


[Traducción de Juan Manuel Salmerón]