martes, enero 22, 2008

Adictivo, explosivo, doloroso

Unos años atrás James Frey sacudió el mundo editorial con su libro “En mil pedazos”, una crónica novelada del tiempo en que intentó curarse de su adicción a las drogas y al alcohol en un centro de tratamiento. Primero presentó el manuscrito como novela, pero las editoriales lo rechazaron. Después dijo que era autobiográfico y lo catalogó de obra de no ficción. Lo aceptaron y fue un éxito rotundo. De ventas y de crítica. Numerosos autores se rindieron a su embrujo y a la violencia y exactitud de su prosa: Alberto Fuguet, Gus Van Sant, Edmundo Paz Soldán, Álvaro Bisama o Bret Easton Ellis son algunos de ellos. Para saber más, sugiero entrar en el estupendo blog de Fuguet, quien hace un par de años escribió en extenso sobre este título. A Frey lo llevó Oprah Winfrey a su show, y luego lo acusaron de faltar a la verdad. Su libro se había vendido a los lectores como autobiográfico y, al parecer, contiene un alto porcentaje de ficción. A consecuencia del escándalo, muchos lectores se sintieron estafados y la editorial devolverá el dinero a quienes compraron el libro y no están conformes. Lo cual, a mi entender, es una solemne estupidez, dado que lo que importa es la prosa de Frey, su talento para emocionarnos y, como diría Fuguet, rompernos en mil pedazos. Si Frey exageró o no, en realidad no es de mi incumbencia, y prefiero incluso que haya exagerado, pues me gustan más las narraciones semi-autobiográficas.
“En mil pedazos” es la confesión del protagonista, James Frey. Comienza asestándonos un golpe de efecto: se despierta en un avión, no sabe de dónde viene ni a dónde va, y tiene la nariz rota y le faltan cuatro dientes y lleva la cara ensangrentada y sufre resaca y múltiples dolores. Su siguiente paso, con ayuda de unos padres en cuya presencia siente furia, será ingresar en el centro. Al principio burla las reglas y se enfurece con celadores y pacientes. Luego, poco a poco, a medida que sufre el síndrome de abstinencia, empieza a mejorar gracias a la amistad, el amor y el contacto familiar. Leamos un pasaje del principio, cuando lo torturan los primeros síntomas de la abstinencia: “Empiezo a llorar. Me corren lágrimas por las mejillas y se me escapan sollozos silenciosos. No sé lo que estoy haciendo ni sé por qué estoy aquí ni sé cómo llegaron las cosas a ponerse tan mal. Intento encontrar respuestas pero no las hay. Estoy demasiado jodido para tener respuestas. Estoy demasiado jodido para todo. Las lágrimas salen con más fuerza y los sollozos se vuelven más sonoros y me acurruco en el suelo de baldosas frías y ya es de día y estoy en algún lugar de Minnesota y no he bebido un solo trago en cinco días y no sé qué coño me está pasando”. Frey, con un estilo directo, llama a las cosas por su nombre. A menudo huye de las comas, y entonces las frases largas remiten a la poesía. Es un autor que me recuerda a la escritura de David González. Frey utiliza una prosa desnuda, sustanciosa, sin florituras ni palabras ambiguas; una prosa sin afeites ni grasa. Sólo hay nervio y dolor y amargura.
Varios pasajes nos hacen un nudo en la garganta: un arreglo dental sin anestesia, los frecuentes vómitos, las peleas, las caídas. El protagonista ha vivido un pasado negro, repleto de delincuencia y abuso de drogas y alcohol. Para purificarse y sobrevivir, debe atravesar el abismo y enfrentarse a sí mismo. No es un libro de autoayuda, pero aliviará a muchas personas. No es una novela, pero se lee como tal. No es un diario, pero refleja la angustia como pocos lo han hecho. Es un libro adictivo, explosivo y doloroso que nos emociona y nos destroza, nos amarga y nos conmueve. Una historia de amor, amistad, superación. Surgida del dolor. Brutal y necesaria.