viernes, octubre 19, 2007

Reparación, de C. K. Williams

Primer sorbo en castellano de la poesía de C. K. Williams, merced a Bartleby. Sus versos llenan y aprovechan, pero queremos más. Cuando un poeta nos gusta, los lectores caemos fácilmente en la adicción a sus poemarios. Reparación obtuvo el Premio Pulitzer 2000. Para empezar, hay que agradecer la traducción y el prólogo en manos de Jaime Priede, quien ha logrado un trabajo sorprendente. Porque los poemas de Williams no son fáciles de traducir, con esos versos largos, que se expanden y extienden por la página del mismo modo que lo hace la conciencia del autor, que parte de los objetos (huesos, árboles, hielo, zapatos, casas, espejos...) para adentrarse en el hombre y profundizar en el perdón, en la memoria, en el amor, en el consuelo y, sobre todo, en la reparación, en la reparación humana.
Tiene Williams en este libro, a mi modesto entender, dos clases de poemas. Aquellos que expanden su conciencia, mediante objetos y paisajes que logran que el autor se observe desde fuera, se mire desde el exterior (pienso en Cristal o en Canal). Y aquellos más realistas, en los que denuncia un hecho o analiza un recuerdo, como el encuentro con un hombre (El poeta), el horror de la dictadura (El clavo) o esa vez en que su abuela le lavó la boca con jabón (Suciedad). Yo prefiero los de la segunda clase. Pero todos estos asuntos se comprenderán mejor si cuelgo un poema, uno de mis favoritos:
BIOPSIA
¿Te he contado, amor, lo que me solía
ocurrir antes de conocerte?
Al principio parecía un sueño –estaba en la cama–
luego sabía que no –aquello me despertaba–
desde el principio resultaba aterrador, me causaba pasmo.

La aguda, percutiente cadencia de un zumbido
demasiado alto como para poder soportarlo,
se convertía en una espiral de materia audible
y me presionaba de tal forma
que estaba seguro de que me desgarraría.

Intentaba decir algo que parara aquello,
pero me tenía completamente atrapado,
me quedaba paralizado, luego, cuando el miedo
traspasaba un límite, lo intentaba otra vez: esa vez
gritaba en voz alta, y se detenía.

Temblando, volvía en mí, como
la noche de tus pruebas que me desperté
estremecido, asustado por ti, por ambos,
el miedo traspasándome más enrabietado
aún que ante aquella visión de aniquilación total.

Era como en aquellos días tan desolados:
no podía acudir a ti para tranquilizarme
no fuera que te asustara, no podía abrazarte
por miedo a despertarte en tu propia ansiedad,
así que me quedaba allí tumbado, sin ayuda, mudo.

Los resultados fueron “negativos”; ahora
puedo contarte aquellas horas en las que mi vida,
sin tocarte pero protegiéndote,
sin hacer ruido pero gritando por ti,
se partía de nuevo por la mitad de lo que es sin ti.
[Nota: acabo de saber, horas después de escribir el post, que Bartleby y Priede preparan la edición y traducción de otro libro de Williams, The Singing. Se espera que aparezca en el primer trimestre de 2008]