miércoles, junio 20, 2007

El que se reinventa

Le otorgaron a Bob Dylan el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y aquí aún no lo habíamos comentado. Podría haberlo recibido Ferrán Adriá, pero por fortuna no ocurrió así. Y no tengo nada contra los cocineros, sino todo lo contrario. Tampoco tengo nada contra Adriá. Pero ya saben de mi devoción por Dylan, que ha sido de todo en esta vida: rebelde, músico, actor, poeta, dios, demonio, pianista, leyenda, juglar, compositor, guionista, director y no sé cuántas cosas más. A pesar de cuanto digan sus enemigos, es uno de los grandes artistas de nuestro tiempo. Es un individuo que supo reinventarse a sí mismo, que ha travesado tantas facetas que se nos olvidan. Su proceso de reinvención es continuo. Lo dijo Ray Loriga, uno de los más lúcidos seguidores del músico: “Creo que ha tenido que soportar la carga de ser dios en la época en la que estaban muy necesitados de dioses, como fueron los sesenta. Y, además, tuvo el coraje para dejar de serlo. Dylan lleva años intentando dejar de ser Bob Dylan”. Cuando sale a relucir el nombre de Dylan, siempre hay alguien que le reprocha un gesto o que le tira una flor. Como eso de cantar ante el Papa. A mí no me parece mal, pero es una de las decisiones más controvertidas de su carrera, y la que quizá más le critiquen sus admiradores. No me parece mal que un señor demuestre su catolicismo mientras no me abrase a mí o dañe a terceros.
A Bob Dylan le han dado el Príncipe de Asturias, pero sospechamos que le deja indiferente. Sería una actitud lógica en él. Yo supongo que llega un momento en la vida en que todo te da igual, especialmente los premios, que en la vejez sirven de poco, salvo para recordarte que tienes demasiadas arrugas y caminas despacio hacia la extinción. No recuerdo si fue Fernando Fernán Gómez quien dijo que los premios que llegaban en la madurez no servían de nada, pero que habrían servido de mucho en la juventud, cuando uno pasa hambre y no ha alcanzado un estatus. Hay creadores que están más allá del bien y del mal. Por muchos premios que le den o le nieguen a Dylan, dará lo mismo: hace décadas que entró en la Historia. Basta con ir a uno de sus conciertos: aún está en forma y su banda y él son puro nervio. Basta con ponerse esa joya, que guardo en vinilo: “Pat Garret & Billy the Kid”. Basta con ver el videoclip de “Jóvenes prodigiosos”, en el que suena “Things Have Changed”, una de sus mejores canciones de los últimos tiempos, que le hizo ganar el Oscar. Basta con pasar una tarde viendo el “No Direction Home” que rodó Martin Scorsese. Basta con ver la cantidad de películas que incluyen sus temas en la banda sonora. La cantidad de músicos que lo han imitado, plagiado, homenajeado y versionado. Las letras de tantos temas.
La concesión del premio a mí me parece muy bien, como me parecieron las de, por ejemplo, Woody Allen o Paul Auster. Pero he leído estos días lo que opina la gente en los foros, en las bitácoras y en los artículos de prensa y parece que a muchos les ha sentado como un tiro. Los que le odiaban tienen una razón más para acrecentar su resentimiento. Los que le adoran dicen que no se merece este, sino el Premio Nobel. Y luego hay una facción, que es la misma que ahora ataca a Paul Auster, pero que le veneró hace años. Me explico: Auster pasó de ser un escritor para la minoría silenciosa a ser un novelista para la mayoría bulliciosa, y luego le dieron el Príncipe de Asturias, lo cual hizo que aquellos que le alabaron en los comienzos se hayan vuelto contra él y renieguen de su obra. Algo similar está ocurriendo con Bob Dylan. A veces un premio es un inconveniente. Pero a Dylan le dará lo mismo.