lunes, junio 19, 2006

Vivienda (La Opinión)

En algunas paredes he visto un símbolo similar al que aparece en el cómic y en la película “V de Vendetta” (ambos extraordinarios, el origen y su adaptación): el círculo negro que contiene dentro la V roja, ambos hechos con ese spray de los graffiteros. Pero en las paredes y muros no es la “V de Vendetta” la que podemos ver, sino la “V de Vivienda”. Por si hubiera alguna confusión, bajo la V lo aclaran, pone Vivienda. Esta es una de las consignas del colectivo del mismo nombre, un colectivo de jóvenes que reclaman un acceso digno a la vivienda. Porque este se ha convertido en uno de los problemas más preocupantes de la actualidad, junto a la precariedad laboral. De vez en cuando el colectivo protesta, convoca sentadas, manifestaciones y caceroladas, lucha contra la especulación inmobiliaria, el mamoneo, el abuso de los políticos. Mientras estos jóvenes toman la calle y se movilizan (ya no estamos hablando del botellón, ni de la fiesta, ni del esparcimiento), los especuladores se ajustan satisfechos el nudo de la corbata en sus paraísos fiscales. Critican a los jóvenes de ahora por su desidia, por su aparente falta de inquietudes y valores, pero he aquí que una muchedumbre se echa a la calle y exige arreglar el problema y más de cuatro se ponen nerviosos. Tal vez por eso, en la concentración de la Puerta del Sol de este colectivo, el mes pasado, hubo porrazos de más. Doscientos heridos por golpes de las fuerzas antidisturbios. Pero la policía siempre cumple órdenes de arriba.
Los jóvenes españoles, revela la prensa, se dejan más de la mitad de su sueldo en la vivienda. Lo contaba el otro día un chico en la televisión, un tipo al que metieron el micrófono para que opinara del tema: los precios del alquiler no paran de subir, pero los sueldos apenas aumentan. El término empleado para etiquetar o definir a esos jóvenes es el de “la generación de los mileuristas”, pero el término no se ajusta por completo a la realidad: muchos ni siquiera llegan a percibir mil euros de sueldo al mes, ya quisieran. Esa es una de las razones, la principal (pero no la única, desde luego), por la que los jóvenes de los últimos tiempos viven y envejecen junto a sus padres, en la misma casa. Sin embargo muchos adultos no son capaces de comprenderlo, o no se molestan en averiguar las causas de esa, siempre aplazada, mudanza que no llega. Se conforman con los habituales tópicos, las frases hechas, los lugares comunes: “A los quince años yo ya había hecho la maleta para irme de casa”, “Nosotros nos buscábamos la vida muy pronto”, “Los jóvenes de ahora estáis mal acostumbrados”, “Se os da todo y queréis más”, “Los chavales se han vuelto muy vagos”, etcétera.
Creo que no conozco a nadie que viva en casa de sus padres por mero capricho. En cuanto uno tiene quince años, o así, está deseando emigrar del cobijo familiar. Recuerdo los tiempos felices en que estudiábamos en Salamanca. Cuando acabamos la carrera se nos vino todo abajo: tras varios cursos viviendo sin los padres, no queríamos volver a vivir con ellos. Nos había gustado aquello de estar a nuestro aire. Es una cuestión de libertad, de empezar a hacerse mayor, que comienza en cuanto uno sale del nido. Pero, al acabar la universidad, la mayoría chocó contra un muro, un muro hecho de trabajos temporales y mal pagados, de precios brutales en el alquiler de los pisos. Por culpa de esos precios nada asequibles, de las hipotecas imposibles y los contratos basura, además, resulta muy difícil que quien desea emanciparse pueda irse a vivir solo a un piso. Le toca convivir con otros para pagarlo.