sábado, abril 22, 2006

Obligadas a ejercer (La Opinión)

Varias veces hemos escuchado a los expertos decir que las prostitutas ejercen dicho alquiler de su cuerpo por voluntad propia y sin que nadie las conmine a ello ni las obligue a ponerse en la esquina o en las casas de trato, so pena de amenazas diversas. Y luego comprobamos en las noticias que, tras una habilidosa redada, la policía descubre a ciertos pájaros que sometían a mujeres a la prostitución. Si están lejos de su tierra, o sea, si son inmigrantes, mejor, porque de esa manera carecen de amistades y familiares que las socorran y tampoco pueden volver a casa sin dinero, salvo que huyan y les acometa la locura de cruzar continentes a pie y a nado. No es la primera vez que destapan una red de proxenetas con conexiones en Zamora y provincia, dedicada al tráfico de extranjeras a las que ponen a trabajar bajo los maquillajes y pieles de las prostitutas (afeites excesivos, ropa ligera y todo eso). Ya hemos dicho que Zamora suele salir en los informativos nacionales cuando se trata de dar malas noticias.
Volviendo al principio de este artículo, hay gente que se empeña en que las cortesanas de los “barrios chinos” y de los clubes de carretera ejercen, todas ellas, por decisión propia, y otra gente que sostiene justamente lo contrario, es decir, que son obligadas a prestar sus servicios y a pagarles la vida a cuatro señores, bajo amenaza. Yo supongo que habrá un poco de todo. Las habrá engañadas, burladas y amenazadas; aunque también hay que ser ingenua: basta ver la catadura de quienes regentan las casas de lenocinio para salir corriendo y fiarse mejor del Diablo en persona, que al menos no llevará collares de oro macizo. Y las habrá que, por azares de la vida, por circunstancias difíciles, por cien razones, hayan entrado en la rueda viciosa de los prostíbulos por su cuenta y riesgo y con el objetivo de hacer caja durante unos meses y echarse a volar cuando tengan suficientes ahorros; pero esto último dudo que lo logren, y sólo podrán retirarse cuando sus cuellos hayan envejecido tanto que nadie los solicite ya. Lo que tengo claro es que ninguna de ellas se ha metido a meretriz por amor al arte; sobre todo cuando la clientela es tan variada y en ocasiones tan mostrenca. Las que escogen este camino sin amenaza ni obligación ninguna también deben contar con nuestro respeto, y lo mismo los dueños de los garitos, si ellas consienten. Las muchachas que introducían en el mundillo, en esos clubes de la provincia de Zamora, además, eran inmigrantes ilegales. A mí esta clase de individuos me da bastante asco. Me hace seguir creyendo que, por desgracia, muchos hombres viven como garrapatas, que se aprovechan y explotan a los seres más débiles del planeta: mujeres, niños, animales. La historia de marras es retorcida porque a una de las chicas, una rumana, la interceptó una pareja singular en estos negocios: madre e hijo. La policía ha detenido a trece personas, españolas y rumanas; lo cual nos indica a las claras que los nativos y los inmigrantes sólo suelen alcanzar el entendimiento para fortalecer vínculos de chanchullo.
Aquellas por quienes más pena siento son, sin duda, las que trabajan en la calle, frotando sus culos cansados con las esquinas y soportando la intemperie y las bromas pesadas de los granujas y los moscones. Por ejemplo, las de la Calle de la Montera de Madrid. Unas cuantas son extranjeras, y otras españolas, y casi todas muy jóvenes. Siempre que paso por esa calle, de camino a los multicines de Montera, no faltan los visajes y guiños de algún jubilado rijoso y de traje y corbata que las corteja, y los susurros de ambos cuando por fin él se aproxima a una, tal vez cerrando el trato o acordando un lugar donde tener ayuntamiento carnal.