lunes, abril 10, 2006

Historia de un secuestro (La Opinión)

He aquí una historia completamente deliciosa, extraída de las páginas de sucesos y curiosidades de la prensa. El titular: "Detienen a un hombre que simuló un secuestro para ocultar su visita a un club de alterne". La trama no tiene desperdicio. Ocurre en Córdoba, donde una madrugada los agentes de la guardia civil reciben una llamada anónima. Hay un coche abandonado en un camino. El típico vehículo que a esas horas levanta sospechas, y que sólo puede significar dos cosas, supongo: que dentro está una pareja intentando yogar (en cuyo caso no hay que molestarlos y sí alejarse para que culminen su asunto), o que se está cociendo o se ha cocido ya un argumento turbio (en cuyo caso se debe intervenir). La benemérita, o guardia civil, no vio a nadie en los asientos del coche, pero oyó que alguien daba golpes en el interior del maletero. Sacaron de allí a un individuo con mordaza y ataduras en pies y manos. El muchacho declaró que lo habían secuestrado treinta y seis horas antes, y que a punta de pistola le habían obligado a conducir hasta aquel paraje en cuestión, a las afueras de la ciudad. Le aplicaron un aerosol en la cara, se desmayó a consecuencia de la rociada, y, siempre según su versión, le sisaron dos mil cien euros de la guantera.
La autoridad competente, que no es tonta, investigó sus declaraciones y tiró del hilo de las huellas y los análisis para llegar a donde interesa, es decir, a los hechos. Y todo vino a demostrar que los hechos fueron los siguientes: J.A.V.U., el muchacho en cuestión, recibió de su novia la cantidad de dinero en metálico que hemos anotado unas líneas antes. Esa suma iba destinada a pagar una factura. Pero el hombre es codicioso y se orienta por sus bajos instintos y, en lugar de resolver aquella deuda, se va a un club de alterne; a un prostíbulo, para que me entiendan. En una de las habitaciones, tiempo después, lo encuentra uno de los señores que curran en el puticlub: borracho y drogado y sin dinero. Nuestro protagonista le cuenta que está metido en un aprieto, que la pasta ha volado y debe armar una coartada para justificar ante su chavala el excesivo gasto en vicios. Según este señor (el empleado del local), el chico lo convenció para que lo atara, lo introdujese en el maletero del coche e hiciera una llamada anónima a las autoridades. La cosa, de momento y que sepamos, concluye con su detención por un "delito de simulación de delito", valga la redundancia.
Como ven, es un suceso de buen contar: el relato verídico y actual de un tío que va a por lana y vuelve trasquilado. El gasto le habrá supuesto no sólo la detención, sino también el desprecio de la novia, el descrédito familiar, la mala fama, etcétera. Es todo un papelón. Sólo recuerdo otra historia tan descacharrante (supuestamente inspirada en hechos reales), y es la que cuentan los hermanos Coen en "Fargo", esa mítica obra en la que un vendedor de coches fracasado decide contratar a dos forajidos de baja estofa, mentalidad estrecha y gatillo fácil, para que secuestren a su mujer y exijan el pago del rescate a su suegro, un millonario testarudo y avaro. La idea es repartir el botín entre los secuestradores y el vendedor de coches. Pero, por supuesto, todo se tuerce, como suele ocurrir cuando bulle una mala idea dentro de un cerebro de corto alcance: baños de sangre, equívocos, palizas, y otros desmanes que combinan el humor y la tragedia. Esto de secuestrarse a sí mismo, o de mandar que secuestren a la mujer para cobrarse lo que no suelta el suegro, o de inventarse cualquier otra coartada, siempre suele terminar de la misma manera, o sea, mal.