viernes, febrero 17, 2006

Extremadamente fuerte e increíblemente cerca (La Opinión)

Tras la muerte de su padre, en el atentado al World Trade Center del once de septiembre, un niño llamado Oskar Schell (según dicen, en homenaje al protagonista de “El tambor de hojalata”) descubre entre sus pertenencias un jarrón azul que esconde un sobre con una palabra escrita en la superficie y, en el interior del sobre, una llave. Obsesionado con la pérdida del padre y la duda en torno al modo en que murió (se pregunta si lo abrasaron las llamas, si saltó del edificio, si fue aplastado), el muchacho decide que la palabra del sobre es un apellido y, así, se propone a sí mismo una ambiciosa búsqueda que resuelva en qué cerradura encaja la misteriosa llave. Comienza, entonces, un recorrido por edificios y barrios emblemáticos de Nueva York, contactando con otras personas que también, a su vez, cobijan dentro el dolor por sus pérdidas, la amargura por sus problemas cotidianos o, simplemente, la obsesión por los objetos, la familia y el pasado. En la narración en primera persona de Oskar Schell se intercalan los cuadernos escritos por sus abuelos, que arrastran tras de sí otras pérdidas, y batallas del siglo pasado, e historias de amores y desencuentros.
La novela es “Tan fuerte, tan cerca”, absurda traducción del título original, que significa algo así como “Extremadamente fuerte e increíblemente cerca”, donde ambos adverbios poseen una gran importancia, pues son las muletillas que usa el niño para describir casi todo lo que encuentra, siente y le sucede. Dicho título ya nos proporciona una pista acerca del personaje principal: es una frase que sólo podría ocurrírsele a un niño. Jonathan Safran Foer, chico prodigio de las letras norteamericanas, es el autor de esta asombrosa novela. Su primer libro (que he recomendado aquí) fue “Todo está iluminado”, un prodigio de arquitectura literaria que combinaba, de manera apasionante, distintas voces narrativas, pasado y presente, personajes alucinados, drama y comedia, búsquedas y encuentros, preguntas y respuestas, realismo y surrealismo, tradición y modernidad. Pero, si por algo emociona Safran Foer, aparte de por sus dotes de mago, es porque, donde otros autores que escalan las listas de best-sellers se conforman con desentrañar los misterios de un cuadro o de una sábana, él avanza unos pasos más, escarba hasta llegar a donde duele: sus pesquisas atañen a los enigmas del azar, a los objetos que unen y desunen a las familias, a las pérdidas que nadie supera, a la memoria y al olvido, a los lazos de sangre y a las anécdotas de nuestros antepasados, que conectan con las de cada uno. “Tan fuerte, tan cerca” no es sólo una historia sobre el 11-S, sino un viaje por el sentimiento, un cuento en torno a la pérdida del padre, donde confluyen otras historias sobre hombres y mujeres que perdieron al padre en accidentes, guerras o atentados. Pinceladas de humor hacen menos duro el conjunto.
Algunos críticos han reprochado al autor lo que llaman “pirotecnia”. Porque su libro es más visual que cualquier otro: en sus páginas hallamos las fotografías que Oskar realiza, las muestras de los rotuladores de color que ve en una papelería, las letras que se van amontonando al final del cuaderno del abuelo hasta que son ilegibles, etc. Aunque es un ejercicio extraño, a uno, como lector, le ha fascinado. También le ha fascinado el recurso de alivio que, en sus fantasías, emplean el niño y su abuela: imaginan que el tiempo puede retroceder y, en su cabeza, ven a un hombre que, en vez de caer de un edificio, asciende hasta la ventana para salvarse; y las bombas que retroceden hasta los aviones, y las lágrimas que vuelven a los ojos, y la muerte que se convierte en vida. Safran Foer ha vuelto a crear otra obra maestra.