miércoles, diciembre 14, 2005

El cierre de una fábrica (La Opinión)

Lo habrás visto en algunas películas y en series de televisión, e incluso en telefilmes, y puede que también lo hayas leído en novelas y en cuentos. Suele haber varios protagonistas. En primer lugar, un padre que se levanta muy temprano, se toma el café y se encamina hacia el trabajo. Mientras se dirige a la fábrica en la que es un operario más (pero indispensable, como lo son los peones de un tablero de ajedrez), piensa en la familia que tiene que mantener, en los hijos que aún son pequeños, en el coche con plazos pendientes de pagar, en el piso modesto en el que viven. Pero no se queja. En segundo lugar, una mujer joven, que ha sido madre no hace mucho tiempo, y acaso esté ya divorciada, y debe luchar sola por cuidar a su retoño y por sacar la casa adelante y hacer labores de limpieza y mantenimiento cuando regresa al hogar. Ambos trabajadores entran en la fábrica, fichan, se saludan, conversan con los demás compañeros y empiezan la jornada. Un día más.
Pero no es un día más, y nosotros lo sabemos porque, de lo contrario, no habría relato o telefilme o película. Anuncian el cierre de la fábrica. Aún no se ha hecho público, pero se lo cuentan a los empleados para que vayan haciéndose a la idea. El cierre, es obvio, significa muchos despidos, mucha gente a la calle, sin empleo y con un futuro nebuloso. Los protagonistas (la mujer y el hombre, pero puede que salgan otros personajes parecidos) terminan la jornada. Durante todo el día, en los descansos, en las pausas para el almuerzo, los empleados de la fábrica hablan entre ellos. Las preguntas son siempre las mismas. ¿Qué vamos a hacer? ¿Por qué tengo que quedarme en la calle? ¿No podemos hacer nada para impedirlo? Es posible que, como hemos visto y leído en tantas obras de ficción, algunos trabajadores lleguen molidos a casa. Esta vez están molidos interiormente. Pero no dicen nada. Prefieren posponer el mazazo. Optan por callar unos días, por si las cosas cambian, por si aún existe alguna posibilidad de que no pongan el cerrojo al lugar en el que se ganan la vida. Los protagonistas, al caer la noche, son incapaces de conciliar el sueño. A veces los vemos levantarse de la cama y, en silencio, ir a la cocina a tomarse un vaso de leche o una cerveza, mientras reflexionan. ¿Qué va a ocurrir ahora? A veces los vemos salir a la calle para darse un paseo. Hasta las paredes de casa los asfixian. Pero mañana, o tal vez pasado, tendrán que enfrentarse a la realidad y confesar en casa lo que ocurre, lo del cierre, antes de que los medios den la noticia. Saben que sólo uniéndose a los demás empleados, luchando codo con codo junto a sus vecinos y amigos, podrán cambiar las cosas. O, al menos, no podrán decir que no lo intentaron. El cierre de una fábrica supone su muerte laboral.
Bien, hasta ahí la narración de esas películas, series y cuentos que todos hemos visto y leído. Y, a partir de aquí, una tragedia real, un relato de la actualidad: la fábrica de tabacos World Wide Tobacco España cierra las puertas de su sucursal en Benavente. Eso supone acabar con doscientos cincuenta empleos. Doscientas cincuenta personas que no saben lo que va a ocurrir. Esta vez no sucede al otro lado de la pantalla, dentro del televisor o en las páginas de ese libro. Esta vez ocurre aquí, en nuestra provincia, en esta tierra tan maltratada, en este páramo que agoniza. Los propios trabajadores y los sindicatos preparan una manifestación para el sábado, en Benavente, en defensa de esos puestos, necesarios para muchas familias y para la provincia. Esperan que la comarca los respalde. Ante situaciones como ésta uno se pregunta qué puede hacer. Así que he decidido escribir esto. Y tú, ¿qué harás?